Capítulo 23: De vuelta al punto de partida.

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Aquella misma tarde hablé con Dominic por teléfono para saber si Diego y él iban a estar en La Sede, a lo que me respondió que sí. Aunque no pude ver su cara a través de la línea, me podía imaginar su ceño arrugado en un rostro confuso. Le colgué sin decir nada más y cuando alcé la vista hacia los rostros de Kai y Georgia, una sonrisa triunfal se dibujó en sus caras, incluida la mía.

Cogimos un autobús para dirigirnos a La Sede. Era hora de arreglar las cosas de una vez por todas con Diego, y también de que ellos nos enseñaran el lugar y nos explicasen todo más a fondo, como dijo Dominic que haría.

La Sede estaba ubicada en un edificio de viviendas, en la primera planta. Dio la casualidad de que una señora salió por el portal y antes de que se cerrase la portería, aprovechamos para entrar. Subimos las escaleras, pues solo era un piso y me posicioné delante de la puerta que tenía una placa metálica con un "2" dibujado, y por la que habíamos entrado el domingo pasado. Con mis dos amigos detrás de mí, alcé el puño y di tres toques a la puerta.

Escuché la cerradura y a continuación se abrió la puerta. Dominic se encontraba al otro lado de esta. Le ofrecí mi mejor sonrisa y me aclaré la voz.

—Hemos venido a aclarar un asunto. ¿Podemos?

Sus ojos abandonaron los míos para echar un vistazo a mis dos amigos y luego volvieron a mí. Su comisura se elevó y dio un paso hacia atrás para dejarnos la entrada despejada.

—Sois bien recibidos a nuestra humilde morada.

El recibidor era como el de cualquier piso, sin embargo, estaba bastante vacío. Había un pequeño mueble a la derecha y un perchero en la pared de la izquierda con un par de abrigos colgados.

—Podéis dejar los vuestros —invitó señalando el pequeño perchero de pared y mientras dejábamos los abrigos, exclamó—: ¡Diego, tienes visita!

El nombrado no tardó en aparecer detrás de la esquina y nuestros ojos se volvieron a encontrar, tal y como aquel día. A diferencia de que en esta ocasión sí nos esperábamos su presencia.

—Estaré en el ordenador —avisó y se marchó para dejarnos hablar a solas.

Diego apoyó su hombro en la pared y se cruzó de brazos.

—Tres de cinco —habló Kai—. No es un pleno, pero es más de la mitad. No está nada mal, espero que te sirva.

Nunca llegué a saber para qué pensaba Diego que habíamos venido, pero desde luego para aceptar sus disculpas no, porque su expresión cambió de inmediato a una interesada.

—Ya va siendo hora de que actuemos como adultos y olvidemos el pasado para escribir un presente mejor —opinó Georgia con su característica sonrisa cordial.

—Y gracias por lo de la fiesta de Halloween —añadí. Con ese agradecimiento Diego entendió que estábamos en paz. Pese a que Kai y Georgia no entendían de qué estaba hablando, sabían que no era un buen momento de preguntar, así que lo dejaron pasar—. Creo que tú también te mereces una disculpa por nuestra parte.

—Sí, totalmente —concordó Kai, asintiendo vigorosamente.

Las cejas de Diego se contrajeron en una mueca de extrañeza.

—No debimos haberte dejado ir aquel día en la playa —suspiré—. Y mucho menos haberte culpado de todo.

—Imagino que no será lo que más te apetezca hablar en este momento —intervino Georgia—, pero estabas en una situación en la que no eras plenamente consciente de tus actos porque ella te tenía manipulado, así que no cargues con una culpa que no te corresponde.

MÁS QUE UN SUEÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora