Capítulo 19: La fiesta de Halloween.

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Tras dos semanas, llegó el día más esperado de octubre y también el último del mes: Halloween.

Quedamos en la plaza central, la cual estaba rodeada de tiendas y bares decorados acuerdo con la ocasión. Eran las ocho y pocos minutos cuando nos reunimos todos y pudimos encaminarnos a la casa donde tenía lugar la fiesta. Y sí, fuimos más o menos puntuales, lo cual me sorprendió.

No iba a negar que me daba un poco de corte asistir a una fiesta en la cual no sabía ni cómo se llamaba el anfitrión, pero Kai nos dejó claro varias veces que no importaba. Que lo importante era pasárselo bien y más cuando la fiesta era gratis (palabras explícitas de Kai). De todas maneras, ya nos avisó de que el anfitrión estaba a favor de hacer una fiesta masiva, y lo mejor de todo es que no tendríamos ningún problema al entrar, ya que Kai era su amigo.

Como bien dije, me disfracé de monja. Me vestí con unas medias negras y un vestido negro ceñido al que añadí una cofia de monja del mismo color y la complementé con un rosario del que colgaba una cruz. No quise añadir más complementos, pues no venían a cuento, pero sí aproveché para ponerme uñas postizas negras y largas. Para el maquillaje usé sombras negras en los párpados, pintalabios negro, y por último me salpiqué la cara con unas cuantas gotas de sangre falsa para dar un toque tétrico.

—Ave María purísima —Kai hizo la señal de la cruz sobre la parte superior de su cuerpo al verme—. Te ha quedado espectacular —dijo refiriéndose a mi disfraz.

—Muchas gracias, Alvin —le guiñé el ojo. Él vestía una sudadera y una gorra, ambas rojas y con una "A" amarilla, unos pantalones beige y unas zapatillas también rojas. Un disfraz sencillo pero que me gustó mucho.

—Poco se habla de mi diosa favorita. Estás increíble —eché un vistazo a Evie, quien iba de Medusa. Para empezar, en la cabeza llevaba puesta una diadema de serpientes doradas. También aprovechó para rizarse el pelo y causar un efecto de más volumen. En los ojos se puso lentillas verdes que le quedaron espectaculares a causa del gris de su iris. Usó un maquillaje dorado combinado con distintas tonalidades verdes y lo remató colocándose brillantitos a juego alrededor de los ojos. De vestimenta llevaba un vestido verde oscuro y largo, con un corte por el que se asomaba una de sus piernas, y se adornó con complementos como un collar, una pulsera y un anillo. Todos dorados y de serpientes. Pulió hasta los más mínimos detalles. Sinceramente un disfraz muy currado, tanto que parecía sacado de una película.

—Gracias, Norah —sonrió y cerró los ojos a la vez.

—Al final has optado por pirata, ¿eh? —observé al dirigirme a mi otro amigo.

—Me apetecía arreglarme —alegó Adriel. Iba vestido con una camisa blanca hueso, algo desgastada, bajo un jubón granate, pantalones negros y botas a media pierna marrones. En su cinturón, también marrón, descansaba una espada falsa que desenfundó para enseñárnosla. Alrededor de su cabeza permanecía atado un pañuelo del mismo color que el jubón. Sus ojos delineados de negro y sus párpados pintados con dos manchurrones de sombra negra hacían que le sentara muy bien el papel de pirata—, pero más arreglada va Georgia.

—Pues al final me ha quedado bien el disfraz —hizo una vuelta sobre sus pies. Llevaba un vestido lila, corto y de volantes precioso, además de unos zapatos de tacón morados con calcetines hasta las rodillas blancos. ¿Y qué era un hada sin sus alas? Exacto, nada. Por eso Georgia cargaba unas ligeras alas lilas en su espalda. Se puso orejas de plástico puntiagudas y no necesitó demasiado maquillaje, pues con algo de gloss en los labios y una suave sombra morada sobre sus párpados parecía una auténtica hada.

—Y tan bien —dijimos Evie, Kai y yo a la vez. La sonrisa de Georgia se ensanchó y sus mejillas se coloraron a juego con su melena.

Después de comentar nuestros disfraces nos encaminamos hacia la fiesta. Por suerte no quedaba muy lejos de nuestro punto de encuentro. Era de noche y en la mayoría de las casas y escaparates habían decoraciones luminosas de Halloween. Un grupo de niños de no más de diez años correteaba por la calle con una amplia sonrisa para llamar a las puertas, decir truco o trato y recolectar la mayor cantidad de chuches y dulces.

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