Capítulo 8: Es una tontería.

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Hicimos caso a Kai y nos dividimos por todo el descampado para recoger palos y cualquier hoja seca que sirviese para que la llama se mantuviese viva y no se apagara. Yo fui con Kai a la zona norte del terreno y los demás se fueron a otra zona para encontrar leña más rápido, como había sugerido Adriel.

—Mira, aquí. —Kai señaló unos cuantos palos y ramas secas esparcidos en el suelo.

Habíamos pasado varios minutos buscando, y al fin encontramos algo de madera. Como había dicho antes, no había mucha vegetación y tuvimos que alejarnos bastante del punto de partida.

—Por fin. Yo ya estaba asumiendo que hoy nos quedaríamos sin hoguera —me agaché para ayudarlo a recoger palos—. Aunque tampoco creas que hay muchos.

—Hay de sobra, espero. Y contando con lo que recojan ellos, creo que tendremos suficientes —me convenció mientras recogía los últimos palos.

—Supongo —murmuré a la vez que me enderezaba para volver—. ¿Vamos? —Él asintió.

Nuestros pasos fueron acompañados por un silencio y, como se me hizo un poco incómodo, lo rompí. De hecho, Kai no era de las personas que permitían que un silencio como esos se interpusiera entre nosotros y me dio la sensación de que estaba pensando en lo que terminé preguntándole.

—Oye... ¿Y tú abuela cómo va?

—Bien —levantó la vista del suelo para mirarme—. La semana que viene le quitan la escayola.

—Me alegro mucho —le di una sonrisa sincera.

—Yo también. Menos mal que después de todo se ha recuperado bien y no ha sido muy grave.

Kai nos contó a finales de agosto que su abuela tropezó, lo que le causó un esguince en la muñeca al intentar apoyarse en el momento de la caída, pequeñas heridas superficiales y varios hematomas

—¿Y tú abuela? —Esta vez preguntó él.

—¿Bien? —respondí en un tono interrogante, un tanto extrañada. No sabía a qué venía esa pregunta ya que a mi abuela no le pasaba nada. Él notó mi confusión.

—¿Qué? ¿No puedo preguntar por tu abuela? —se encogió de hombros—. No tiene por qué estar enferma o en el hospital para poder preguntar, ¿no crees? Da lo que recibes y te irá bien en la vida. Consejos de gente que sabe lo que se hace —agarró todos los palos con el otro brazo e hizo como que se quitaba polvo del hombro para fingir que iba de sobrado.

—Vale, te estaba quedando perfecto el discurso hasta que has dicho lo último. Yo ya te estaba imaginando dentro de unos años como un filósofo de éxito con tres libros publicados, dos de ellos los más vendidos de todo el país.

—¿Solo dos? ¿Y el otro? —preguntó un poco ofendido.

—El otro para limpiarte el culo —respondí en un tono arisco para cortar el rollo—. Acelera el paso que nos estarán esperando. —Al hacerlo yo, él caminó más rápido.

—Se nota que nos hemos levantado con el pie izquierdo —me dio dos toques en las costillas con su codo. En su cara se dibujó una sonrisa burlona.

—De hecho, me he levantado del suelo —confesé.

—¿Qué? —preguntó perplejo ante lo que le había dicho— Vale, eso sí que no me lo esperaba. Te lo has tomado más que al pie de la letra —soltó una pequeña risa.

—Mi hermano se aburría y pensó que tirarme de la cama nada más despertarme era la mejor idea del mundo —resumí.

—Norah. —Él se paró en seco y me agitó el brazo con suavidad. Me detuve y lo seguí con la mirada—. ¿Te acuerdas cuando me subí a esa roca para dar mi monólogo y casi me maté? —cuestionó señalando a una roca grande situada a unas decenas de metros de nosotros—. De hecho, aún no os he cobrado las entradas, mis monólogos no son gratis. Sentiros especiales por aquello.

MÁS QUE UN SUEÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora