Capítulo 34: Las tornas han cambiado.

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El sujeto estaba a punto de descubrirnos.

Ya se había arrodillado y había apoyado sus manos en el suelo para dar su siguiente paso: asomar la cabeza por debajo del somier de la cama.

En ese mismo instante, el corazón se me subió a la garganta y amenazaba con salírseme por la boca. Estaba convencida de que lo habría escupido si no fuera porque tragué con fuerza.

Había mencionado que era yo la que estaba apretujando la mano a mi amigo, pero él también lo estaba haciendo con la mía. Noté su mano más rígida que la estatua tras la que nos habíamos escondido al entrar en el palacio, muy tensa. Y aunque fuésemos a ser descubiertos en menos de lo que cantaba un gallo, ninguno movió ni un solo músculo. En mi caso por si la inexistente posibilidad de no ser descubiertos se hiciese realidad como aquella vez que se encendió el candelabro en una habitación de la taberna en la que aparecimos.

Pero para soltarle una bofetada a mi parte ilusa, el cuerpo de aquel soldado se tumbó completamente en el suelo, boca abajo. Solo tenía que agachar la cabeza un poco más y encontrarnos allí. Y así fue, unos ojos muy oscuros debajo de aquel casco de guerrero, sencillo y de acero, nos miraron.

Inmediatamente noté a Diego moverse junto a mí: intentaba salir del escondite por el otro lado de la cama y huir. Lo imité con dificultad, pues tenía una raja de unos ocho centímetros debajo de la venda improvisada que me colocó mi amigo. Y además de eso, ya no creía en la posibilidad de salir de la habitación. No al menos sin un puñado de guardias escoltándonos para entregarnos a Lyroc.

Diego consiguió salir de debajo de la cama cuando yo solo tenía medio cuerpo fuera y luchaba por arrastrarme para sacar mis piernas y ponerme en pie. Sin embargo, el guardia al ver nuestras intenciones cerró la puerta con cuidado y se colocó delante de ella, impidiendo nuestra huída.

Cuando por fin me alcé, Diego fue rápido y pasó por encima de la cama para alcanzar el hacha con un ágil movimiento y la agarró con fuerza a la vez que se acercaba al soldado con una expresión de advertencia. Pero el soldado no tenía intención de apartarse y para nuestra sorpresa, colocó sus manos sobre el casco de acero que le protegía la cabeza. Tiró de él hacia arriba dejando ver una tez negra con rasgos afeminados y un pelo castaño muy oscuro y rizado.

Era Hope.

—Tranquilos, soy yo —anunció sujetando el casco con uno de sus brazos y apoyándolo contra su cintura.

—Joder. —Diego soltó en un suspiro todo el aire que estuvo conteniendo y dejó caer el hacha. Menos mal que dio unos pasos atrás para encontrar la cama y sentarse en ella porque me dio la sensación de que iba a desplomarse por la bajada de tensión en cualquier momento.

—Dios mío, Hope. Nos has dado un susto de muerte —expresé aún con el corazón acelerado. Sentía todo mi cuerpo temblar y, otra vez, la falta de sangre en mi cabeza me provocó un ligero mareo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Diego desde la cama como si no le cuadrase aquello, pues no estaba mencionado en el plan.

—Echaros una mano. ¿Recordáis que os dije que conocía cada rincón del palacio? —asentí—. Pues os voy a llevar hasta la cámara de energía dónde seguro que esté el shirikantt —informó, alternando la mirada entre Diego y yo.

—También nos dijiste que aquí corrías mucho peligro —recordó mi amigo al ponerse en pie—. Si te ven por aquí te matarán.

—Por eso llevo esto —señaló el uniforme de soldado que vestía—. De todas formas, sería muy indigno por mi parte quedarme sin hacer nada, mas sabiendo que muchos de los habitantes están muriendo en la batalla —declaró, firme mostrando que no estaba contenta con aquello—. También es mi deber ayudaros y protegeros siempre que me sea posible.

MÁS QUE UN SUEÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora