XIV.- Son unos necios

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Mónaco, 09 de agosto de 2014

Rebuscaba frenéticamente por toda la habitación de la casa de los Leclerc, buscando las perlas que había traído del viaje de verano. Las manos me temblaban mientras revisaba cajones y rincones, pero dos perlas faltaban: la blanca y la negra. La preocupación se apoderaba de mí, y mi mente intentaba recordar dónde podrían estar.

—¿Necesitas ayuda, Ericka? —preguntó Charles, asomándose en la puerta.

¿Has visto las perlas que traje de Niza? Me faltan dos —le respondí, con una mirada ansiosa.

Charles frunció el ceño, tratando de recordar.

Hmm, no me suena haberlas visto. ¿Se te han perdido? —dijo, con una pregunta que solo aumentó mi frustración.

Por eso las estoy buscando, Leclerc —le respondí, sintiendo cómo mi voz temblaba ligeramente de exasperación—. Hasta la pregunta es necia.

Él se encogió de hombros con una sonrisa burlona.

Tranquila, no hace falta enfadarse. Al final, el que busca encuentra, ¿no es eso lo que siempre dices?

Rodé los ojos ante su tono sarcástico. Charles y yo siempre habíamos tenido una rivalidad amistosa, aunque a veces nos pasábamos de la raya. Pero en el fondo, sabía que se preocupaba por mí, incluso si no lo admitía abiertamente.

Jules nos está esperando —avisó Lorenzo desde las escaleras—. Apresúrense ustedes dos.

¿Para qué? —pregunté, tratando de dejar la habitación en orden—. Tengo que encontrar algo antes de regresar a Cambridge.

Lo buscarás después, Eri. Si se han perdido aquí, acabarán apareciendo —insistió Lorenzo—. Tenemos que irnos.

—Está bien, está bien —dije, resignada, mientras bajaba las escaleras detrás de Charles—. Pero me vas a ayudar a encontrar esas perlas, Lolo.

—Trato hecho —respondió él, riendo mientrasasentía.

Jules había propuesto hacer senderismo con todos nosotros después de almorzar, para ver el atardecer juntos antes del próximo Gran Premio

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Jules había propuesto hacer senderismo con todos nosotros después de almorzar, para ver el atardecer juntos antes del próximo Gran Premio. Hervé nos llevó hasta La Tête de Chien, un mirador con una vista espectacular de Mónaco.

Hervé, usted debe saber... —me incliné un poco hacia el espacio entre el piloto y el copiloto.

No sé nada, Ericka —me interrumpió riendo—. No insistas.

Seguro que lo sabe —insistí con una sonrisa—. ¿Qué ha planeado Jules para hoy?

No tengo ni idea —repitió con tono convincente.

Pascale, ¿usted sabes algo? —me dirigí a la madre de mis amigos.

Lo sé, pero no te lo voy a decir —respondió riéndose—. Es una sorpresa para todos.

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