XXIII.-Un Ángel para mi

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Me levanté sobresaltada al escuchar que algo se había roto, miré el lado derecho de la cama y Erick aún estaba dormido junto a mi, nos habíamos quedado a dormir en la antigua casa de la abuela de los Leclerc, ya que al departamento de Pascale habían llegado unas visitas de sorpresa. Y Charles se ofreció a que nos quedáramos en la casa de su abuela que ahora era de los dos Leclerc.

Salí de la habitación y bajé hasta la cocina encontrándome a Charles recogiendo un plato que se le había caído.

—Te puedes lastimar, estas sin zapatos —dice el monegasco al darse cuenta de mi presencia.

—¿Estás bien, Charles?

Sí, sí, solo fue un pequeño percance. Estaba por preparar el desayuno y este plato decidió que necesitaba un descanso. —Charles sonrió, pero noté una expresión de molestia en su rostro.

—Déjame ayudarte, Charles —dije, agachándome para recoger algunos fragmentos rotos.

Ericka, no, estás descalza. Podrías lastimarte —advirtió Charles, mirándome con preocupación.

No te preocupes, puedo tener cuidado. Además, no es la primera vez que limpio algo roto —respondí, tratando de hacerle entender que podía cuidarme.

Charles insistió en que me alejara, pero mi terquedad estaba a la par con la suya. En ese momento, escuchamos pasos acercándose y, para mi alivio, mamá entró en la cocina.

¿Qué está pasando aquí? —preguntó mi madre con una sonrisa curiosa.

Charles rompió un plato, mamá. Estoy tratando de ayudar, pero no me deja acercarme porque estoy descalza —expliqué, señalando los fragmentos en el suelo.

Mi madre rió suavemente ante nuestra pequeña situación.

Ericka, sube a la habitación y ponte tus sandalias. Charles, sigue con lo que estabas haciendo, yo ayudaré a limpiar esto —ordenó mi madre, mostrando su autoridad de manera tranquila.

Pero, mamá, puedo hacerlo —protesté.

No discutas, cariño. Ve a ponerte tus sandalias y vuelve aquí después —indicó Reyes con firmeza pero con una sonrisa maternal —Que manía tienes de andar descalza.

Subí las escaleras rápidamente y entré en la habitación para ponerme las sandalias. Mientras estaba sentada en la cama, sentí unos pequeños brazos rodeando mi espalda. Erick se había despertado.

—¡Hola, principito! —saludé con una sonrisa, devolviéndole el abrazo.

—Hola, mami. ¿Qué haces? —preguntó con sueño en sus ojos.

—Estaba bajando a ayudar a Charles, pero primero necesito ponerme las sandalias. ¿Quieres venir conmigo? —le propuse.

Erick asintió y me acompañó mientras me ponía las sandalias. Cuando regresé a la cocina con Erick en brazos, encontré a mi madre y a Charles trabajando juntos en la preparación del desayuno.

—¡Aquí está el dúo dinámico! —anuncié, entrando con una sonrisa.

¡Y aquí viene el pequeño gran ayudante! —agregó Charles, mirando a Erick con cariño.

—¿Cómo va todo por aquí? —pregunté, mirando la masa de panqueques que Charles estaba a punto de cocinar.

Todo bajo control. Tu mamá está supervisando mis habilidades culinarias —respondió Charles, guiñandome un ojo.

—Pues espero que no quemen el desayuno —bromeé, haciendo una mueca dramática.

¡No te preocupes, chef Ericka! —exclamó Charles, tomando una actitud cómica mientras sostenía la sartén—. Estos panqueques estarán en su punto perfecto.

Un Corazón con MotorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora