XXI.- Un Último Regalo

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Mónaco, 13 de septiembre de 2014

Habíamos vuelto a La Tête de Chien con Jules y nuestro grupo de amigos. Desde la cima, la vista de Mónaco era un espectáculo que siempre nos dejaba sin palabras. Las luces de la ciudad se extendían como un manto brillante bajo el cielo despejado, y el sonido lejano de las olas chocando contra la costa llegaba como un susurro. Jules, de pie a mi lado, entrelazó sus dedos con los míos y me miró con una sonrisa.

¿Y bien? ¿A dónde te gustaría ir en nuestra luna de miel? —preguntó con ese tono tranquilo que siempre conseguía derretirme.

Me quedé pensativa, mirando el horizonte. Nuestra vida en la Fórmula 1 nos había llevado a tantos rincones del mundo que elegir un destino no era tarea fácil.

No lo sé, Jules... Quiero ir a tantos sitios. Baku, Rusia, las Islas Canarias... Aunque muchos ya los conoceremos gracias al trabajo —respondí con una sonrisa ligera.

Él asintió, perdiéndose un momento en sus pensamientos antes de volver a mirarme con los ojos brillantes.

Vale, ¿y si apuntamos a algo distinto? ¿Qué tal Galápagos? O Grecia. —Su voz llevaba un matiz de entusiasmo mientras mencionaba cada lugar.

La idea me iluminó el rostro.

¡Eso suena perfecto! Galápagos sería una aventura increíble, toda esa naturaleza y fauna exótica... Y Grecia... la historia, las playas, los atardeceres. Podríamos combinar lo mejor de ambos mundos.

Jules sonrió ampliamente, claramente complacido con mi reacción.

Aunque también estaba pensando en algo más —añadió, con un destello travieso en sus ojos—. Para desconectar del ruido y las prisas, podríamos escaparnos a Miami. Playas, tranquilidad... solo tú y yo, lejos de todo.

Antes de que pudiera contestar, un proyectil inesperado rompió el momento. Una botella de agua vacía voló hacia nosotros, aterrizando justo a nuestros pies. Nos giramos al unísono, sorprendidos, para encontrar a Norman Nato riéndose descaradamente.

¡Eh, tortolitos! —gritó, con esa sonrisa que siempre prometía travesuras—. ¿Necesitáis un poco de agua para apagar tanto fuego?

Las risas de nuestros amigos estallaron a nuestro alrededor, mientras Norman levantaba las manos en señal de inocencia fingida. Mis ojos se estrecharon. La batalla había comenzado.

Sin dudarlo, me levanté con determinación. Norman ya había empezado a retroceder, pero no iba a escapar tan fácilmente. Lorenzo, entre carcajadas, me alcanzó otra botella de agua, como si fuera mi escudero en esta cruzada.

¡Venga, Ericka! ¡Dale una buena lección a ese francés! —gritó, animándome como si estuviera en un partido.

Tomé la botella y apunté con precisión. Con un movimiento rápido, la lancé directo a la cabeza de Norman, quien soltó un exagerado "¡Ay!" al recibir el impacto. Las risas explotaron a mi alrededor. Jules no podía dejar de aplaudir, mientras Norman intentaba salvar su orgullo sacudiéndose el pelo fingiendo dignidad.

¡Esa es mi chica! —exclamó Jules, con los ojos llenos de orgullo.

Giré sobre mis talones y le apunté con un dedo, fingiendo indignación.

—¡Epa, calma ahí! —repliqué con tono desafiante, aunque una sonrisa traviesa se formaba en mi rostro—. Que quede claro que yo no tengo dueño, ¿eh?

La risa de Jules, junto con la del resto, llenó el aire. La noche, como tantas otras compartidas con nuestros amigos, se transformó en un cúmulo de momentos inolvidables, donde las bromas, las risas y el amor siempre terminaban siendo los protagonistas.

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