XXXVIII.- Seguiremos Juntos

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Montecarlo, junio de 2017

Estaba intentando dormir junto a Arthur en el asiento trasero del coche mientras Lorenzo conducía sin rumbo por las calles de Mónaco. Charles, que iba de copiloto, discutía con él. La salud de Hervè había empeorado, el cáncer se había extendido, y la tensión era palpable en el ambiente. Intenté encontrar una posición cómoda, pero la discusión entre los hermanos Leclerc me mantenía despierta.

Arthur, a mi lado, dormía profundamente. El cansancio y el estrés de los últimos días lo habían agotado. Como el menor de la familia, había sido quien más había sentido el impacto del diagnóstico de su padre.

¡No puedes estar hablando en serio, Charles! —dijo Lorenzo, con el tono elevado y la mandíbula apretada.

Sí, lo estoy. No podemos seguir pretendiendo que todo está bien cuando claramente no lo está —respondió Charles, tratando de mantener la calma, aunque la frustración era evidente en su voz.

A pesar de mi cansancio, no podía conciliar el sueño debido a la acalorada discusión entre Charles y Lorenzo que se desarrollaba en el asiento delantero.

¡Lorenzo, te estoy diciendo que tenemos que buscar una segunda opinión! —insistió Charles, su voz llena de frustración.

¿Y crees que no lo hemos hecho ya? —respondió Lorenzo, visiblemente irritado—. Hemos consultado con los mejores especialistas. Papá está recibiendo el mejor tratamiento posible.

¡No me importa cuántos especialistas hayamos consultado! Siempre hay algo más que se puede intentar. No podemos simplemente sentarnos y ver cómo empeora —replicó Charles, su voz quebrándose ligeramente.

Sentí cómo Arthur se movía un poco a mi lado, pero seguía profundamente dormido. Sabía que esta discusión lo afectaría profundamente si estuviera despierto.

Charles, esto no se trata de cuántas opiniones podamos obtener. Es sobre la calidad de vida de papá. Él mismo ha dicho que no quiere pasar sus últimos días sometido a más tratamientos experimentales —dijo Lorenzo, tratando de mantener la calma.

Observé el paisaje a través de la ventana, Lorenzo había tomado Rue Colonel Bellando la calle en donde está el palacio de Justicia y estábamos a punto de pasar por la catedral. Tenía que hacer algo para calmar los ánimos y pensé que detenernos podría ser una buena idea.

—Lolo, por favor, podrías estacionar aquí un momento —pedí, mi voz suave pero firme.

Lorenzo miró por el espejo retrovisor, sorprendido por mi intervención.

¿Estacionar aquí? —preguntó, sin entender del todo.

Sí, en la catedral. Quería dormir, pero no podía por ustedes dos y todos necesitamos un momento para respirar y pensar con claridad —expliqué.

Me bajé del auto sin esperar a que los demás me siguieran. Subí las escalinatas de la catedral del principado con paso firme pero tranquilo, sintiendo la brisa suave de las horas del atardecer acariciando mi rostro. Al llegar a la puerta, hice una reverencia respetuosa antes de entrar en el lugar sagrado.

Caminé por el interior de la catedral, observando la majestuosidad de la arquitectura, sintiendo la tranquilidad que emanaba el ambiente y a las personas que se encontraban ahí. Me dirigí hacia el altar, donde una luz suave iluminaba el espacio sagrado. Me arrodillé con reverencia y realicé una venia, antes de arrodillarme en el reclinatorio que se encontraba cerca.

Mientras oraba, sentí una presencia a mi lado. Abrí los ojos y, con sorpresa, vi a Arthur arrodillado junto a mí. Su rostro mostraba signos de cansancio y tristeza, pero también una determinación que me conmovió profundamente. Se acercó más y colocó su cabeza en mi hombro, buscando consuelo.

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