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POV LISA.

Giré el letrero para indicar que la tienda no estaba cerrada y apoyé una piedra, que había encontrado en la playa el año anterior, en la puerta de entrada para mantenerla entreabierta.

Los turistas no empezaban a aparecer hasta después de las diez de la mañana, pero, de todos modos, siempre giraba el cartel a las nueve.

Los lunes solían transcurrir lentos, por lo que era el día que me dedicaba al papeleo y a ponerme al día con lo sucedido durante el fin de semana.

Había contratado a alguien para que cubriera los sábados y los domingos.

Pero incluso aunque no estuviera en la tienda, solía estar diseñando o atendiendo pedidos online. Nunca habría pensado que dirigir mi propio negocio requeriría tanto tiempo y concentración.

Cogí el letrero del suelo y lo llevé a la calle.

—Hola, Lisa.

Levanté la vista y me encontré con el señor Butcher de pie frente a mí, cargando con su esponjoso Pomerania.

Topándome con él y con la señora Wells con solo dos días de diferencia, iba a estar al tanto de todos los chismes no solo de Worthington, sino de todo el estado.

—Buenos días, señor Butcher. Veo que Posey tiene un traje nuevo. —Coloqué el cuello del abrigo de su perrito.

—Tiene un vestuario nuevo para el verano.—dijo.

—Sin duda alguna, va mejor vestida que yo.

—Tonterías, querida. Tu estilo neoyorquino está desaprovechado en un pueblo como este.

—No lo dice en serio.

El señor Butcher se había retirado a su ciudad natal después de una glamurosa carrera en la industria de la moda de Nueva York.

Le gustaba mucho aquel lugar, y los dos lo sabíamos.

—Hay partes de este pueblo que me encantan, pero el estilo de la gente no es una de ellas. Tú eres la única excepción, mi encantadora niña. Tú y tus hermosas joyas. Ojalá me dejaras presentarte a algunos de mis amigos. Ya te habría hecho mundialmente famosa si aún estuviera en el mundo de la moda.

No podía pensar en nada peor que ser mundialmente famosa.

Incluso alcanzar un poco de notoriedad en el campus de la universidad había sido dar un paso demasiado grande, algo que me había hecho volver a casa corriendo.

Ni siquiera había intentado expandirme y vender mi colección en otras tiendas.

Quería mantener mi pequeño negocio en un plano discreto.

Mientras pudiera pagar las facturas y satisfacer mi afición por los zapatos de vez en cuando, era feliz.

—Bueno, ya le he contado que los pedidos online iban bien, ¿no? Puede que conquiste parte del mercado global, después de todo.

—Tienes mucho talento. Estoy seguro de que Saks se postraría a tus pies si viera tu trabajo.

—Ya me conoce, señor Butcher: me encanta lo que hago y soy feliz en Worthington.

—Hay un mundo ahí fuera: París, Roma, Londres. ¿No quieres explorarlo? ¿No quieres que las mayores estrellas del mundo posen con tus diseños?

Ese había sido mi sueño una vez.

Antes de imaginar a qué tenía que renunciar por ese tipo de éxito.

La pérdida de la intimidad, del control, de la capacidad de supervisar todos los detalles, de asegurar la calidad.

ScandalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora