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POV LISA.

Salí de la ducha a un cuarto de baño lleno de vapor.

Después de coger la toalla de la barra, me envolví en el algodón mullido.

Llevaba toda la tarde soñando con ducharme.

La señora Wells había tenido razón sobre la lluvia: me había calado hasta los huesos.

Por suerte, tenía una muda de ropa en la tienda, pero me había sentido húmeda y con frío durante el resto del día. Si aquella loca no se hubiera metido en el quiosco de música, jugándose que le cayera un rayo encima, quizá no me habría empapado.

Ninguna buena acción quedaba sin castigo.

Restregué los pies contra la mullida alfombra viscoelástica del baño y suspiré.

Me había empapado tanto por la tormenta que me había sentido tentada de regresar y tomarme la tarde libre, pero había tenido que atender un montón de pedidos y habían entrado unos cuantos turistas, así que me alegré de no haberme rendido.

Me envolví el pelo en una toalla, entré en el dormitorio y me despatarré como una estrella de mar en la cama.

Si me ponía en marcha, todavía era lo bastante temprano como para dedicar un par de horas a la nueva colección de joyas en la que estaba trabajando.

Me sequé, me puse unos pantalones de yoga y una camiseta holgada y, después de desliarme la toalla de la cabeza, empecé a absorber con ella la humedad del pelo, sentada en el borde de la cama, mirando hacia la ventana.

En la cabaña de al lado había un coche aparcado en el camino de entrada.

Tenía ese aspecto estilizado de los deportivos elegantes y caros.

No parecía un coche apropiado para una familia, pero quizá disponían de dos.

Les había dejado un pack de bienvenida con mi número de teléfono por si tenían algún problema.

No acostumbraba a decirles a los huéspedes que vivía en la puerta de al lado porque había aprendido con los primeros inquilinos que, si lo hacía, tenía un flujo constante de visitas para preguntarme una y otra vez la clave de la wifi o para pedirme recomendaciones para ir a cenar.

Solté la toalla y empecé a desenredarme los nudos del pelo.

En la cocina de al lado la luz estaba encendida, y vi la silueta de algo parecido a una marioneta a través de las persianas venecianas blancas.

Alguien estaba bailando, Aunque, en realidad, no estaba bailando, solo se movía.

Me reí, y luego me tapé la boca.

No debía reírme: estaban pagando el alquiler, y, sin duda, no debía mirar.

La persiana se onduló, y surgieron dos manos por debajo como si alguien tuviera intención de subirla.

Me tumbé en la cama, aunque estaba segura de que no podía verme.

Me encontraba muy lejos de la ventana y no tenía las luces encendidas; aun así, no quería correr ningún riesgo.

Finalmente la persiana se levantó hasta revelar un torso perfecto: piel bronceada .

¡Menudo cuerpazo!

La persiana solo estaba parcialmente subida, por lo que no podía ver si la cara «hacía juego» con el cuerpo, pero si lo hacía…

Igual podía ser que mi nueva vecina fuera la mujer más guapa que jamás hubiera visto…

ScandalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora