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POV LISA.

—¿No crees que es raro estar bebiendo en un lugar tan oscuro?.—pregunté.

La iluminación era tan tenue en aquel bar de cócteles enterrado en las profundidades del East Village que apenas podía ver a Rosé, aunque estaba lo bastante cerca como para estirar el brazo y tocarla.

—No todo es aire marino y paredes de madera, Lisa. Llevas demasiado tiempo en Maine. A los neoyorquinos les gusta la oscuridad. —Había una tenue iluminación ámbar en la barra y una vela de té en cada mesa, pero nada más.

Parecía que los dueños intentaban ahorrar en la factura de la luz.

—Recuerdas que creciste en Worthington, ¿verdad?.—le pregunté.

Conocía a Rosé desde hacía mucho tiempo, así que incluso en la oscuridad pude percibir que ponía los ojos en blanco y se encogía de hombros.

Al menos la música no estaba demasiado alta y podíamos hablar.

—No me puedo creer que estés aquí.
¿Cómo estás?

La noche anterior había ido directamente del aeropuerto al hotel y no había puesto un pie fuera hasta que tuvo lugar la reunión con la jefa de compras de Barneys.

—Mejor de lo que pensaba. No estar cerca del campus ayuda, obviamente.

—Te aseguro que nadie se acuerda de nada, y lo sabes. Fue hace años, en la universidad.

—Lo sé. —El problema no era que alguien lo recordara, sino lo deslucida que me parecía ahora la ciudad.

Cuando llegué a la universidad, Nueva York era un símbolo de mi futuro, de mis sueños y aspiraciones, pero se había transformado en una representación de las malas decisiones y de mi mal juicio. Por mucho que odiara a mi ex por publicar esas fotos, no había debido dejar que las hiciera.

No iba a volver a cometer ese error.

—Háblame de la reunión. —Rosé tomó un sorbo de su cóctel.

Solté una bocanada de aire.

—No sé qué decir. Quieren la colección Bastet. Les he advertido de lo cara que será, y que todo se hará por encargo, pero, al parecer, no les importa.

La reunión había ido mucho mejor de lo que esperaba.

Habían empezado con una oferta muy generosa, que yo habría aceptado con gusto, pero después de hablar con ellos sobre la calidad de los materiales y el tiempo que iba a llevar, la habían aumentado y me habían hecho casi imposible decir que no.

—¿Podrás seguir manteniendo la tienda? .—se interesó.

Solté el popote negro con la que había estado jugando y tragué saliva.

—Sí. Aunque tendré que contratar a alguien y dedicar más tiempo a hacer los diseños si hay pedidos.

—Pedidos que, por supuesto, habrá.

—No sé. Las piezas son muy caras.

—Y preciosas. La gente paga mucho más por mucho menos.

No sabía si no vender tenía alguna importancia.

Solo la experiencia de estar con una de las tiendas más exclusivas de Manhattan me llegaba como reconocimiento por lo que había estado trabajando.

—Brindemos por tu trato con Barneys.—propuso Rosé, levantando la copa—. No puedo creerlo. —Se rio—. Bueno, eso no es cierto. Me lo creo totalmente. Te lo mereces.

ScandalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora