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POV JENNIE.

Al salir del coche, me dirigí directamente a la puerta trasera de casa de Lisa.

En las últimas semanas, había pasado cada vez menos tiempo en mi cabaña.

Casi vivíamos juntas.

Existíamos en una burbuja construida solo para nosotras dos. Sin nadie que nos observara, sin presión ni expectativas.

Nos limitábamos a disfrutar de cada día tal y como venía.

Abrí de golpe la mosquitera y la llamé mientras empujaba la otra puerta.

El zumbido del secador provenía de su dormitorio, y fui a buscarla.

Estaba sentada ante el tocador sin más ropa que una bata, con el cepillo en una mano y el secador en la otra.

Me crucé de brazos y me apoyé en el marco de la puerta, contenta por estar allí disfrutando de la concentración de su rostro y de la gracia con la que se movía.

La siguiente semana era la última que iba a pasar en el plató, y luego debía volver a Los Ángeles.

Había pensado en alargar mi estancia; habría sido genial pasar un tiempo ininterrumpido con Lisa antes de marcharme, pero esa mañana había recibido mi agenda para cuando estuviera de regreso a Los Ángeles.

No podía tomarme tiempo libre.

La promoción de la película con Hyunji me iba a tener más ocupada que nunca.

Iba a echar de menos la cómoda relación que había entre Lisa y yo, poder ser yo, la forma en que a Lisa parecía gustarle cómo era sin el brillo y el glamur de Los Ángeles.

No estaba preparada para dejarla; sin embargo, Los Ángeles no era el sitio de Lisa.

No podía imaginar cómo podía encajar en mi mundo lejos de Maine.

Me llamó la atención en el espejo y se le escapó una sonrisa contagiosa.

Se giró y dejó caer el cepillo sobre el tocador.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Me encogí de hombros y di un paso adelante.

—Solo estoy admirando otra hermosa vista de Worthington. —Puso los ojos en blanco—. Oye, te estaba haciendo un cumplido…

—Deja de mirarme y ven a besarme.—me animó.

No necesitaba que me lo dijera dos veces.

Alzó la cabeza cuando me puse a su lado.

Le pasé los pulgares por los pómulos antes de besarla.

Sabía a verano y a hogar, y la tensión de mis músculos desapareció cuando nuestros cuerpos se encontraron.

La levanté de donde estaba sentada.

—Acabo de ducharme.—comentó—. Hoy ha sido un día muy pegajoso.

—Voy a hacerte sudar de nuevo.—gruñí, y le mordí el cuello —. Es como si no te hubiera visto desde hace días. —Siempre me sentía así, como si la estuviera persiguiendo constantemente, como si no hubiera terminado del todo. Como si hubiera más que descubrir.

—Te has despertado en mi cama y hemos hecho cosas antes de irte a trabajar esta misma mañana.—recordó, deslizando los dedos por mi pelo.

Tenía razón: solo habían pasado unas horas desde que nos habíamos acostado por última vez, pero eso no significaba que no hubiera pensado en ella todo el día, que no hubiera querido estar allí, enterrada en su interior.

ScandalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora