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POV LISA.

Mantente ocupada. Ese era mi mantra.

Y, en ese momento, significaba limpiar los cristales del escaparate de la tienda.

Saqué los paños de lino y cogí el vinagre de debajo de la caja registradora.

Tenía que acostumbrarme a la idea de que Jennie había vuelto a Los Ángeles.

No estaba de viaje por trabajo o de vacaciones: vivíamos en extremos opuestos del país.

Y eso ni siquiera era el mayor obstáculo en nuestra relación.

Su fama, que yo no quisiera mostrarme en público con ella, que todas las mujeres menores de sesenta y cinco años desearan tirarse encima de ella… Ninguno de esos puntos pronosticaba un final feliz.

Debía haber sido más fuerte y haber acabado con lo que había entre nosotras, pero era difícil resistirse a Jennie.

En especial, porque no quería hacerlo.

En lugar de eso, me permití esperar a que la atracción por ella disminuyera en los días siguientes.

Habíamos hablado dos veces desde que se había ido el día anterior.

Una, cuando aterrizó en Los Ángeles, y otra, justo antes de irme a la cama. Por lo que había podido comprobar, Jennie era casi tan buena en el sexo telefónico como en el real. Casi… Me sonrojé al encontrarme cara a cara con el señor Butcher.

—Buenos días, Lisa. —Asomó la cabeza por la puerta abierta—. Hoy va a hacer un día precioso. Será mejor que te apresures a limpiar las ventanas. No podrás limpiarlas si les da el sol.

—Oh, ¿pero eso no era un cuento chino?.—aduje.

—No, es cierto.—insistió—. El calor del sol calienta la ventana y la seca demasiado rápido, lo que hace que se formen marcas.

—Bueno, entonces tengo que trabajar rápido.

—He oído que tu vecina se ha ido ya. ¿Te sientes desilusionada?.—preguntó, junto a la puerta.

Intenté mantener una sonrisa neutra.

—Recibiremos a otro inquilino el miércoles, así que, en lo que a mí respecta, todo en orden. —Estaba bastante segura de que si alguien en Worthington hubiera sabido que existía un romance entre Jennie y yo, ya me habría enterado, pero hubo algo en la forma en que me preguntó que me hizo pensar que tal vez lo sospechaba.

El señor Butcher sonrió, pero abandonó el tema.

—Me alegra ver que vuestro negocio inmobiliario está en auge. ¿Y tus joyas? ¿Cómo van?

Dejé lo que estaba haciendo.

—En realidad, si tiene unos minutos, me encantaría que me diera su opinión sobre una pieza en la que he estado trabajando. —Estaba tan contenta con cómo había quedado el brazalete de oro que me sentía desesperada por enseñárselo a alguien.

—Por supuesto. Será un honor. Ya sabes que pienso que tienes mucho talento.

—Y usted sabe que adoro su gusto y valoro su ojo, señor Butcher.

—Lo llevo en la sangre, cariño. ¿Qué más puedo decir?

Todo lo que apasionaba al señor Butcher lo llevaba en la sangre, desde París hasta los caniches, desde la buena sastrería hasta un día soleado en Maine.

—¿Me disculpa mientras voy a lavarme las manos?.—Levanté las palmas, me giré y fui a la parte de atrás—. Siéntese, que ya salgo.

Dejé el paño al lado del lavabo y me lavé las manos antes de secármelas con cuidado. No le había enseñado el brazalete a nadie más que a Jennie, y estaba casi segura de que podía haber aserrado el extremo de una lata de sardinas y Jennie me habría dicho que tenía mucho talento.

ScandalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora