Capítulo 28

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Adrian dio un pequeño paso a un lado.

– Aquí es donde entra la insolencia de mi tío. Fue la segunda batalla de mi vida, en la que murieron mis primos y por aquel entonces, tu patria y el ejército del Zar en el este eran aliados. No creía que pudiéramos ganar, pero viví para ver cómo los derrotábamos, y luché. No sé si fueron hombres del sur o del este los que mataron a mis primos. Pero yo mismo estoy convencido de ello. Mi tío es un hombre que vive de esa convicción, pues cree que hombres de su propio país mataron a sus hijos.

– Lo siento. – Fue todo lo que pudo decir.

– ¿Por qué te sientes culpable?

– ¿Te lo parecía?

– Lo parecía.

– Después de todo, es una tragedia cuando alguien muere, y eran de tu sangre, no de la de nadie más.

– En momentos así es cuando brilla tu corazón comprensivo. Si tan sólo lo tuviera, podría ver la belleza en todo un poco más. – Dijo, despreocupada y sorprendentemente poético.

En momentos así, a Adrian le resultaba difícil mantener el contacto visual con Paul; incluso le parecía que se estaba engañando a sí mismo. Pero no había cinismo en su tono, y tuvo que luchar consigo mismo.

Paul notó el cuerpo y la mente vacilantes de Adrian. Se detuvo frente a él un momento, esperando a que cesaran las vibraciones. Cada vez que acortaba la distancia, aquel hombre joven, inocente, impoluto y sin pretensiones se acobardaba como un pequeño cangrejo escondido en una caracola.

Adrian parecía incapaz de resistir el impulso.Era una prueba para la propia paciencia de Paul, y utilizó su experiencia, la experiencia que había tenido tantas veces, para soportarlo y controlarse. Una y otra vez.

– Si quieres, puedo contarte mi historia, igual que tú me contaste la tuya. – dijo Paul.

– Siempre y cuando no te retuerzas de dolor cuando me la cuentes. – Contestó Adrian en voz baja.

– Supongo que no estás acostumbrado a ver sufrir a alguien.

– Porque ver sufrir a alguien es doloroso.

De repente le ardió la garganta. Una fuerza diferente a la de Joaquín lo abrumó, una fuerza que Adrián llamó miedo instintivo.

– Especialmente tu dolor. – Adrian frunció los labios, siguiendo cada expresión, cada respiración, cada pequeño movimiento de sus cejas. La sutileza de su mirada hizo que se le secaran los labios. Una vacilación de lo desconocido lo bañó mientras una emoción no escrita, mucho más allá del miedo, lo envolvía, pero tenía que hacerla suya, familiar, sin dejarla salir.

Ante estas palabras, Pablo miró a Adrián, como siempre había hecho, con unos ojos que parecían penetrar hasta la misma debilidad de cada alma; pero desde el momento en que había pronunciado sus palabras líricas y contemplativas, el poder de aquellos ojos se había mezclado con una fluidez poco militar.

Era como si se hubiera dejado caer pintura blanca sobre negro. Tras un momento de desconfianza en sí mismo y de decir la verdad sin escrúpulos, se inclinó hacia delante como si fuera a contar la historia.

– Fue una gran batalla. – dijo finalmente Paul.

Con esa única pronunciación, Adrian había quedado cautivada por el sonido de la voz de su marido.

Pero cuando llegó el momento de que contara su historia, le costó hablar. Tartamudeaba y se callaba, como un niño al que hay que enseñar a pronunciar correctamente una palabra.

Tenía que haber una razón para su mal humor. Lo había predicho por su anterior oferta de contarme su historia, pero era una vacilación que desmentía su valentía.

Esperando un voto silenciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora