Julie

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Llegar al nido de dragones fue fácil después de la masacre que provocó Klaus. Atravesaron el inmenso bosque en un plazo récord de solo dos días y medio, sin contratiempos después del primero. Los gliffin parecían respetar al enano con malgenio. Ed y Benet habían quedado sorprendidos cuando vieron las heridas del albino comenzar a ser cubiertas por capas de pelaje nuevo, que no daban espacio a las cicatrices siquiera.

Ya Klaus andaba como nuevo, aunque su mano, con varios huesos rotos, seguía recuperándose lentamente. Solía examinarla detalladamente muy de vez en cuando, buscando algo que no alcanzaba a ver directamente. Nadie le preguntó qué había de raro en una mano rota, pero tampoco accedió a vendársela.

—Sanará por su cuenta —Había dicho, con una calma increíble.

El bosque terminaba en un gran lago que dividía el árido desierto de los frondosos árboles. La carreta rodeó el lago, lo que les llevó aproximadamente medio día más, y luego empezaron a internarse en las montañas silenciosas que, según sabían, albergaban dragones inteligentes. Klaus se estaba empeñando en enseñar a Tiki a escupir fuego con alguna orden, para así usarlo como arma en momentos necesarios.

Sentados en la carreta, Ed y Benet aguantaban la risa.

—Vamos, ¡fuego! —bramó Klaus, pero Tiki ladeaba la cabeza mientras jugaba con él, sacándole la lengua azul y haciendo chispas divertidas con su saliva inflamable— ¡Fire! Eh… —Pensó un poco— ¡Feuer! ¿Dracarys…? Ay, por favor, ¡fogo! ¡огонь!

Pidió fuego en una sarta de idiomas, sin éxito. Ya enojado, le dio una palmada en la base del cuello y Tiki escupió una llamarada azul que rápidamente se extendió. Todos lo miraron con los mismos ojos abiertos, llenos de curiosidad.

Klaus sonrió.

Volvió a darle una palmada (esta vez algo más leve) a la vez que ordenó “¡Fuego!” y Tiki volvió a escupir llamaradas.

—Lo logró, señor —Le felicitó Ed—. Es fácil criar dragones desde pequeños. De adultos son un problema si son salvajes…
—El suyo en especial pertenece a la especie de los que guardan en el Palacio. He oído que son bastante dóciles.

Un vendaval los hizo cubrirse los rostros de inmediato, interrumpiendo la conversación. Los dos hombres y el lobo enano que los acompañaba miraron hacia arriba, viendo a un enorme dragón color negro, de ojos rojos y con la boca abierta, de dónde provenía un resplandor rojizo y de aspecto fogoso.

Benet tembló de miedo, sujetado a Ed, quien a su vez, agarró la cola de Klaus. El de ojos rojos miró fijamente a la gran bestia delante de él, quien entornó los ojos, como dudando de los intrusos. Bajó su enorme cabeza hacia la altura de Ed y emitió un suave gruñido.

—¿Quién de vosotros es el jefe? —Los híbridos señalaron a Klaus con timidez, quien seguía con su estoica cara de pocos amigos. Jamás había temido a algo… al menos desde que empezó la guerra de exterminio de hacía dos milenios— Eres un poco joven para ser el jefe.

—Puedo apostar a que soy mayor que tú —gruñó el mencionado con una voz arisca y gélida—, ¿apoyas a los híbridos?

—Tú no eres un híbrido —rebatió el reptil, oliéndolo sin disimular.

—No, no lo soy —concedió Klaus—, pero ellos sí. Y necesitan su ayuda… la de vosotros, los dragones. Yo solo soy un recadero.

Se encogió de hombros y el dragón miró de reojo a los otros dos. Los examinó con una mirada minuciosa, y luego volvió la vista al albino.

—¿Ayuda con qué? Los híbridos no suelen molestarnos por asuntos banales. Debe ser importante, ¿quién te envía?

—El rey, se llama Dax, por sí piensas que miento —Alzó las cejas—, y su esposa Juvia, si mal no recuerdo…

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⏰ Última actualización: Feb 04 ⏰

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The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora