Oni. Oh, Nico ayúdame

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Los tres gladiadores no parecían inexpertos. Lo supe por sus posturas y cuerpos definidos. Aunque estaba prohibido matarnos entre nosotros en la arena, siempre podían ocurrir los accidentes. Y los autómatas; bueno, ellos son máquinas y están programados para matarnos.

Hermano. Me fallaste. No cumpliste tu promesa.

—¿Qué? —dije—. ¿Qui-Quién...?

El retiarius arrojó su red y el gorila saltó al mismo tiempo. Fue un error de sincronización, porque al moverme del camino la red terminó enredada en el gorila. El oso intentó morderme, así que le puse mi escudo en la boca y lo abandoné creyendo que se quedaría trabado en su mandíbula, pero el oso cerró la boca y fácilmente lo hizo añicos; el animal paró en dos patas y atacó una vez más.

—¡Ataquen! —ordenó Cornelio desde el palco.

Los gladiadores parecieron dudar un segundo, lo que me dio tiempo de cortar el costado del oso con mi gladius y salir del círculo que me rodeaba.

—¡Esperen! ¿Qué es eso en el suelo?

En el suelo apareció un símbolo extraño, así: 土.

Del suelo eruptó arena como si una mina explotara, un enorme brazo color verde pantano surgió, luego una cabeza y el resto de un musculoso y enorme cuerpo.

—¿Pero qué...? Es un ogro gigante —dijo el maestro de ceremonias.

—¿Es parte del espectáculo? —dijo un legionario.

—Eso ya compensó el precio del boleto —dijo Valeria Douphin en las gradas.

—Cállate, Val —le espetó Bethany.

Los otros gladiadores parecían tan confundidos como yo, hasta Cornelio parecía perplejo. El ogro media dos metros y medio de alto, vestía sólo un taparrabos púrpura, su cuerpo parecía ser puro músculo, sus colmillos afilados sobresalían de sus labios, los ojos le brillaban rojos como lunas de sangre, tenía cabello marrón enmarañado y dos cuernos salían de su frente. Cargaba un garrote de hierro con púas.

—¿Eso estaba planeado, Cornelio? —demandó Frank, levantándose de golpe.

—Y-y-yo... Creo que...

—¡Agh! ¡Legionarios!

El ogro gigante se abalanzó sobre mí mientras mis compañeros legionarios buscaban armas que no tenían, como el coliseo está en la ciudad, las armas no están permitidas; las que usamos los gladiadores son una excepción y por orden de Terminus no pueden salir del estadio.

—¡A la armería del coliseo! —ordenó Hazel—. ¡Rápido!

Vi como las gradas se vaciaron de legionarios, mientras que los ciudadanos eran evacuados. El ogro levantó su garrote y barrió el suelo. Por suerte me había movido de lugar, igual que los otros gladiadores. Los autómatas no tuvieron tanta suerte, el gorila seguía enredado y el oso parecía sufrir una falla por los golpes que le di. Ambos quedaron destrozados por el golpe del ogro, sus partes desperdigadas por la arena.

—¿Qué hacemos? —pregunté a los otros gladiadores.

—¡Sálvese quien pueda! —gritó el retiarius.

Los tres soltaron sus armas y corrieron hacia la puerta más cercana. No puedo decir que los culpo, ellos no eran legionarios sino gladiadores que alguna vez sirvieron al desquiciado de Cómodo; no tienen disciplina ni temple para el combate y lo dice alguien que vivió en ambos campamentos, he tenido mi gran cuota de guerras.

El ogro ignoró a los gladiadores, creo que yo era su objetivo. Volvió a alzar su garrote y atacó, esquivé su ataque y corrí detrás de él para golpear su pantorrilla. El oro de mi espada no causó tanto daño, únicamente un pequeño rasguño; eso sí era extraño, el bronce celestial solía funcionar muy bien en los monstruos. Corrí antes de que me aplastara, el resto de legionarios salieron por las puertas armados de diversas formas.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora