Alimento para el corazón

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—Necesito unas cajitas felices —dijo Nico cuando salimos de la enfermería.

—Creí que funcionaba con cualquier tipo de comida —dije—. Podemos ir por unas donas y sándwiches con Bombilo...

—Nada de eso —espetó Nico—. Quiero unas para mí y otras para los muertos, así que vamos a Berkeley.

Saliendo del edificio encontramos a Bethany esperando con Valeria Douphin, hija de Bia. Cuando me vio, corrió y se lanzó a abrazarme.

—Llegué hace veinte minutos, pero Pranjal no me dejó pasar —dijo—. ¿Estás bien?

—Claro que sí, corazón —le un beso en la frente—. Recuerda que soy de acero.

—Sólo tu cabeza, porque eres un terco —me dio un beso en los labios—. Te dije que no aceptaras la propuesta de Cornelio.

—Fórmate, Beth —dijo Hazel riendo—. Soy la pretora y no me hace caso.

Bethany dejó salir una carcajada.

—"Más duro de entendimiento que el muro de un castillo" —citó mi novia—. No importa, así lo amo.

—Gracias, supongo...

—Bueno, yo los dejo —dijo Hazel—. Tengo deberes de pretora que atender. Vayan con cuidado a la ciudad.

Hazel tomó el camino hacia el Campamento Júpiter, Valeria se despidió y siguió a Hazel. Mientras que nosotros nos dirigimos a la Universidad de Nueva Roma. Muchas veces estuve ahí, cuando visitaba a James o Bethany en época de estudios.

—Beth, escuché que entraste a la universidad —dijo Nico—. ¿Botánica?

—Biología, en realidad —corrigió ella—. Cuando termine pienso especializarme en Botánica.

—¿Y tú, Lury? ¿Qué estás estudiando?

La pregunta me puso muy incómodo y no era la primera vez.

—No, yo... —exhalé profundamente—. Fallé el primer semestre y después abandoné la carrera. No pude con mis deberes en la legión, mi castigo y la escuela. Fue demasiado.

—No lo intentaste, ese fue el problema —dijo Bethany.

—Claro qué lo hice, pero fue mucho para mí...

—Lo que digas —respondió irritada

—Bueno, pero ahora que tú castigo terminó, puedes volver a intentarlo.

—No, creo que conseguiré un trabajo en Nueva Roma que no requiera un título universitario.

Beth me miró con desdén, intenté apretar su mano, pero ella me soltó. Nico se dio cuenta de esto; agradezco que lo haya ignorado.

—¿Estás seguro? —preguntó—. Tienes la universidad gratuita y entrada directa.

—No lo intentes, Nico —interrumpió Bethany—. Ya se lo dije hasta el cansancio.

—No es tan sencillo —repliqué—. No lo entiendes.

—¿Entonces por qué no me explicas?

Quería seguir discutiendo, pero grupos de chicos comenzaron a salir del campus de Nueva Roma.

—Ahora no es el momento —concluí—. Estar aquí me deprime.

Muchos chicos saludaban a Bethany, sus compañeros de clase, también a mí porque al ser su novio habíamos salido con ellos o a veces se trataba de legionarios que estudiaban y hacían su servicio militar al mismo tiempo, era curioso escuchar como algunos se referían a ella como "Beth", "amiga" o "compañera" y otros le decían "centuriona" o "señora". Sin embargo, yo sólo sacudía la mano y apartaba la mirada, pues me sentía inferior a estas personas por fracasar antes en la carrera que elegí.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora