El azote de Vane. Llega la tormenta

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Cuando desperté la cabeza me daba cien vueltas por minuto. Desperté en la cama del camarote de Anne y Mary, sin recordar mucho de lo que sucedió anoche y lo peor: con Drew Tanaka y Anne Bonny durmiendo junto a mí sin ropa.

—¿Qué Tártaros...?

Drew se estremeció un poco y se acurrucó contra mí, acercando su cuerpo al mío y provocando que mi mente se pusiera en blanco. Abrió los ojos y me sonrió.

—Buenos días —murmuró, luego me besó en los labios—. ¿Dormiste bien?

—Uhhh... eso creo —comenté—. ¿Qué pasó anoche.

Drew dejó salir una risita.

—Qué no pasó —dijo divertida—. Los tres la pasamos tan bien.

—Dioses... —susurré.

—Esa palabra se repitió muchas veces anoche.

—¡Oh dioses!

—Eso también.

Intenté hacerme para atrás, pero choqué con el cuerpo de Anne, quien se movió un poco, pero no despertó, sólo me aprisionó con sus brazos y se acurrucó contra mí, haciendo la situación más incómoda, pero también más sensual. Drew hizo lo mismo y quedé atrapado entre dos hermosas mujeres.

—No me digas que no lo disfrutaste —dijo Drew—. Puedo repetir textualmente muchas cosas que nos dijiste.

—No, por favor —supliqué—. No digo que estuvo mal, sólo que me da vergüenza.

—Es resaca moral, cariño —susurró Anne—. Dame diez minutos y te la quito, pero cállate.

—Vamos, diez minutos —dijo Drew acercándose aún más—. Después eres libre.

Opté por la diplomacia y cerré los ojos una vez más, para mi sorpresa terminé relajándome y me dormí otro rato.

Soñé con el barco de Vane, navegando cerca de lo que parecía ser tierra, era apenas visible a unos cuantos kilómetros. El infame capitán disfrutaba de una cena aparentemente elegante sobre la cubierta, como siempre, lo acompañaba su fiel primer oficial Jack Rackam.

—No sé por qué milagros estamos aquí, Jack, pero recibiremos una buena paga por ese muchacho.

—Una vez que nos pague ese magnate, podremos ampliar la flota, o comprar un barco más moderno —dijo Rackam—. Renacerá la piratería en el Caribe y en todo el Atlántico.

—No tolero piratas en mis aguas —dijo una poderosa voz que provenía del mismo mar.

Alzado de las mismísimas profundidades, el samurái que tanto he visto en mis sueños hizo acto de presencia. Usaba un kimono japonés de color azul tormentoso, su nariz era larga, tenía bigote y una barba de candado recortada y arreglada, su cabello era largo y ondeaba como si fueran ráfagas de viento.

—Tienen quince minutos para izar las velas y largarse —dijo tomando la empuñadura de su espada—. De lo contrario los usaré de práctica para cuándo llegue ese semidiós griego. He estado esperando mucho para matarlo.

Charles Vane sonrió y se levantó con pose engreída.

—Así que tú también buscas a un semidiós griego —comentó—. Podemos ayudarnos mutuamente. Apuesto a que es el mismo sujeto.

—No te dirijas a mi con tal naturalidad —dijo fríamente el samurái—. Soy un dios, asqueroso pirata.

—Lo que quise decir es que sólo estamos esperando a ese semidiós —dijo Vane—. Su nombre es Lurygon Harington. ¿También lo quieres muerto?

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora