Despedido. Una mala decisión

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No había forma en este planeta o el Inframundo, ni siquiera en el mismísimo Tártaro, que un codicioso como Cornelio me dejara ausentarme tres semanas de la arena. Estaba tan apegado a esto que lo pospuse un día, fuera del papel de esclavo que jugaba, como gladiador me sentía bien, libre y me servía para aliviar mis frustraciones. Pero me salió el tiro por la culata, la adrenalina se volvió adictiva y seguí luchando hasta que ningún oponente podía saciar ese deseo de batalla.

Así que fui a la revista y luego a cenar. Bethany me invitó a la mesa de la Quinta para estar con Ezekiel y Lavinia, pero la verdad no me sentía de humor para ver a ningún compañero de la legión.

—Quiero hablar con Gerald y con Anne —dije para declinar su invitación—. Disculpame por lo que pasó.

—De acuerdo, cielo —dijo Beth—. Te veré luego.

Busqué primero a mi compañero de cohorte. Gerald tenía como tres años menos que yo, fue uno de los reclutas que llegaron después de terminar con la guerra del Triunvirato y se había ganado su lugar como legionario cumpliendo un acto de valor. Lo encontré en un extremo de la mesa hablando con dos chicas, creo que les estaba contando cómo terminó herido.

—De repente me miró —contaba Gerald—, sus ojos echaban fuego y parecía un animal rabioso. Como si estuviera bajo el efecto de alucinógenos. Creo que tuve suerte de que la herida fuera superficial, por poco me saca los intestinos.

—Debió ser algo horrible —dijo una de las chicas—. No me gustaría que te pasara algo.

—Sí, eres muy lindo para eso —convino una segunda.

Gerald sonrió y las chicas suspiraron. La verdad es que era muy guapo, pero un poco genérico. El nació aquí, pero su bisabuelo paterno emigró desde Austria, huyendo de la persecución nazi. Gerald era rubio de ojo azul, uno de los estándares de belleza más populares, tenía barba corta, era esbelto y atlético, un poco más alto que yo a pesar de tener quince años.

Entonces se volvió hacia mí y su rostro perdió el color. Se irguió cómo un estudiante o un cadete. Me sentí mal, esperaba que accediera a hablar conmigo, pero antes de intentarlo las chicas me cerraron el paso.

—¿Vienes a terminar el trabajo? —dijo una de ellas—. Pues no te dejaremos.

—Sí, no matarás a Gerald sólo porque estás celoso de su belleza.

Gerald se puso rojo y se levantó para interponerse entre sus admiradoras y yo.

—¡Alto! No le digan eso —dijo en tono apaciguador—. Si viniera a matarme, no creo que en medio del comedor fuera el lugar idóneo.

—Es correcto —convine—. Quiero hablar con él. ¿Nos permiten, señoritas?

Ellas me fruncieron el ceño y me hicieron espacio junto a Gerald, pero no se fueron.

—Por favor, chicas —dijo Gerald—. Las veo luego.

No parecían felices, pero le hicieron caso. Gerald tocó su abdomen herido y se quejó un poco, eso me hizo sentir un poco peor.

—Gerald, quiero ofrecerte mis disculpas —comencé—. La verdad es que tengo problemas psicológicos debido a mi larga experiencia enfrentando las calamidades del mundo grecorromano. Y hace como un año y medio viví la peor de todas, dónde no sólo casi pierdo mi vida, sino la de todos mis seres amados, perdí mucha gente y creo que últimamente estoy perdiendo la cordura.

Gerald permaneció en silencio, así que continué.

—Lo que pasó anoche... —suspiré—. No puedo ponerlo en palabras. No sé hasta que punto el cerebro es capaz de crear alucinaciones debido al estrés, yo vi a mi peor enemigo frente a mí, a mis amigos masacrados y dentro del peor lugar de toda la Tierra. Los pretores me recomendaron alejarme un tiempo de aquí, por eso quise venir a disculparme antes de eso.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora