Un paseo por Jigoku

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Kagutsuchi era muy hablador.  Mientras bajamos las escaleras, me habló de su trabajo aquí en el Yomi con el Rey Enma.

—La verdad es que yo fui la primera alma en venir al Yomi —dijo Kagutsuchi—. ¿Puedes creerlo?

—¿Pero no eres un dios? —le pregunté—. Se supone que eres inmortal.

—Si, bueno, la inmortalidad funciona diferente de este lado. Cuando un alma humana muere, llega aquí y es enviada al paraíso o al infierno. Los dioses llegamos aquí, pero no vamos a ninguno de esos lados.

—¿A dónde van entonces?

—Aquí, sólo al Yomi —respondió Kagutsuchi—. Pero debes saber que antes no se veía así.

En mi cabeza una vocecita emocionada gritó de emoción: "¡Anécdota! ¡Anécdota!".

—Cuando llegué aquí, esto era un espacio casi vacío. Sólo una gran planicie con algunos árboles y arbustos con frutas que no tenían sentido. Parecían estar secos, pero daban vida, o algo así.

El descenso fue largo, pero su relato lo hacía más llevadero. Su cuerpo brillaba como si fuera una enorme antorcha, era el dios del fuego después de todo.

—¿Entonces tú construiste todo esto?

—No, yo no. Es algo complicado —dijo Kagutsuchi—. Mi madre se convirtió en la gobernante del Yomi cuando murió. Fue en ese momento cuando la tierra de los muertos empezó a sincronizarse con el mundo de arriba. El tiempo funcionaba diferente así que me quedé solo hasta que ella llegó, sentí que pasaron eones.

Notaba la tristeza en su voz.

—No encontré una salida y por alguna razón mi cuerpo me pedía que consumiera algo, me sentía débil. Así que comí un poco de la fruta del Yomi, de inmediato recuperé mi fuerza, pero supe que ahora jamás podría abandonar este lugar.

—En mi panteón es igual —dije—. Si cualquiera consume comida del Inframundo, se quedará ahí para siempre.

—Eres bueno escuchando —dijo sonriendo—. ¿Quieres un durazno?

Sostenía en su mano la fruta, enorme y con aspecto jugoso y delicioso. No negaré que se me hizo agua la boca.

—«No lo hagas. Te quedarás aquí como él» —murmuró Takeshi.

Eso me hizo pensar en el verso de la profecía que decía que el alma guerrera quedaría atada para siempre. ¿Se refería a mí, atado a este inframundo para la eternidad? Si algo he aprendido, es que cuando un mestizo trata de evitar su destino, las cosas siempre salen mal.

—Gracias —le dije al dios—. Lo guardaré para más tarde.

Kagutsuchi parecía sorprendido, pero me entregó el durazno.

—Retiro lo dicho. ¿Sí me estabas escuchando?

—«Lo mismo digo» —dijo Takeshi con los brazos cruzados.

—Sí, ya lo sé —respondí—. Pero tengo una corazonada. Confía en mí.

Se lo decía a Takeshi, pero Kagutsuchi también respondió.

—Uh... de acuerdo. Ven sigamos.

Bajamos unos cuantos metros en silencio, hasta que rompí el silencio.

—¿Cómo moriste?

—Cuando mi madre me dio a luz, le causé unas horribles quemaduras en sus genitales —contó—. Ella no podía salvarse y mi padre se enfureció tanto que me mató.

—¿Qué? Eso es horrible, pero no fue tu culpa.

—Lo sé, pero no pude hacer nada, sólo era un dios joven.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora