Cuentos de carretera

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—¿Beth? ¿Cariño, dónde estás?

Escuchaba su voz llamando una y otra vez, diciendo mi nombre, suplicando ayuda. Pero no podía ver nada, tampoco moverme, ni siquiera sentía mi propio cuerpo, era como ser sólo una consciencia flotando en la nada.

—¡Por favor! ¡No me abandones! —volvió a gritar, su voz desapareció en forma de eco.

—No lo haré. ¿Dónde estás?

—¿Por qué me abandonaste? —dijo sollozando—. Tú eras mi mundo entero.

—Beth, yo... Te vi morir...

—Creo que no vendrás... Me engañaste, no me amabas.

—¡No! ¡Aquí estoy! Te amo, Bethany. No te vayas.

—Lury... Adiós.

—NOOOOOO

Grité tan fuerte que el espacio cambió. Estaba otra vez en la aldea Hongō, los guardaespaldas de Cornelio habían acabado con los últimos guerreros muertos que invoqué. El magnate dueño de ludus limpiaba el golpe que le di en la boca para quitarle la espada.

—Maldito mocoso —masculló—. Se volvió a salir con la suya, pero no importa, logré rasgar el sello, sólo es cuestión de tiempo para que toda la maldad del infierno sea desatada en Honshū.

Esbozó una malvada sonrisa.

—Eso dará algo a Izanagi y Susanō de que preocuparse mientras nos apoderamos de la esencia de Inari. Una vez que le arrebatemos su poder, tendremos suficiente poder para acabar con cualquier bando que quede vencedor en la guerra con los Olímpicos.

Terminó de limpiar su golpe y tomó un radio de su cinturón.

—¿Peters? Sí, soy yo. Quiero que envíes a nuestra invitada a cazar. Usa la ropa que dejó en los vestidores del Circus Maximus, con eso lo rastreará.

—«Entendido, jefe. Cambio y fuera».

Cornelio dejó caer la radio.

—Te juro por Júpiter Óptimo Máximo, mi ancestro, que voy a acabar con tu vida, hijo de Marte.

***

Cuando desperté ya había amanecido, tampoco estábamos al pie del Monte Aka, sino que estaba sentado en lo que parecía la estación del tren bala. Un policía se acercó a mí y dijo un montón de cosas que no entendí.

De pronto apareció un rostro familiar para hablar con el policía. Jing le explicó (o eso parecía) lo que estábamos haciendo ahí, sea lo sea. El policía asintió y se retiró a sus deberes. La chica zorro me sonrió y se sentó junto a mí.

—¿Te sientes mejor? —preguntó sin llegar a mirarme.

Tenía una expresión sombría y apagada, como si le hubieran avisado que un ser querido había muerto. Su cabello volvió a ser castaño oscuro y usaba ropa normal: una falda roja que le llegaba a los rodillas, zapatos bajos y una blusa blanca con unos Kanji estampados (火の狐) .

—Un poco —respondí—. ¿Dónde estamos?

—Estamos en Nagano, casi anochece. Tomaremos el último tren para ir a Tokyo.

—¿Por qué a Tokyo?

—Te compré un boleto de regreso a California —dijo—. Debes volver al Campamento Júpiter y explicar la situación a Frank y Hazel. Con suerte podrás volver con un ejército que detenga a Cornelio.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Se robó todo mi poder, ya no puedo ser de utilidad para ti, sólo como intérprete. Lo mejor será que traigas ayuda.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora