El sello roto

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Pronuncié una palabra al despertar.

—Cornelio.

—Arthur —dijo Jing—. Estás bien. Gracias a Inari.

Me ayudó a incorporarme, seguíamos en la oficina del tío de Takeshi, lord Daisuke.

—¿Qué pasó?

—Pues un yūrei apareció y cuando te atravesó te desmayaste —explicó Jing—. Temí que te hubiera dado un infarto por el susto.

—No es el primer fantasma que veo —dije—. Fue el fantasma del Rey Minos el que me hizo esta cicatriz.

—Déjame ver.

Una vez más invadió mi espacio personal, me tomó de la cabeza y se tomó el tiempo para contemplar la cicatriz de mi ojo derecho. Podía sentir su respiración, la suavidad de su dedo pasando por mi frente y recorriendo el camino de la cicatriz. Antes pensaba que Jing no le importaba mi espacio personal porque era japonesa, pero ahora que sé la verdad pienso que lo hace por su naturaleza de zorro.

—Es suficiente —dije—. Para.

Takeshi estaba del otro lado de la oficina y junto a él flotaba un fuego fatuo, creo que aquí se llaman hitodama (人魂), que significa alms humana.

—«Hermano, has despertado» —dijo feliz—. «Quiero que conozcas a alguien».

La hitodama empezó a tomar forma de aquel hombre de mediana edad y peinado de samurái. Usaba un kimono tradicional que le hacía parecer un noble. Se quedó ahí, expectante, como la estatua de un antiguo general condecorado.

—¿Es mudo o qué? —dije a Takeshi.

—«No seas irrespetuoso» —reprendió mi hermano—. «Es una persona de mayor rango que tú. Muestra respeto y cortesía y preséntate primero».

—Oh, ya entiendo —le dediqué una reverencia al otro espíritu—. Mi nombre es Lurygon Harington, señor. A su servicio.

El hombre me echó una mirada fría, aún para un muerto. Entonces inclinó la cabeza de forma cortés.

—Hongō Daisuke, un placer —dijo en mi idioma, creo que sí tengo que aprender japonés con Watatsumi.

—A este sí lo puedo ver —dijo Jing—. Es un gusto, mi nombre humano es Jing Kyū, sirvienta de la diosa Inari.

El tío de Takeshi le dedicó otra reverencia, una más sumisa como la que yo hice. Creo que considera a Jing de más alta alcurnia.

—«Le estaba contando a mi tío lo que sucedió. De cómo me robaron la espada y la recuperé. Mi muerte en la Batalla de San Francisco, cuando le encomendé a Bethany Sprout que te diera la espada y la devolvieras y como le restaste importancia hasta ahora».

Si pudiera ponerle las manos encima... Maldito seas, Takeshi. Su tío no tenía expresión alguna, no pude adivinar si estaba furioso porque su sobrino murió y con él su linaje o porque no cumplí mi promesa cuando tuve la oportunidad.

—Takeshi, deja de presionarlo —dijo lord Daisuke—. La espada del clan está de vuelta a dónde pertenece, eso es lo importante.

—Vaya, gracias señor Daisuke.

—Me siento muy agradecido de que nuestra reliquia familiar regresara a nuestro hogar, o lo que queda. Aún así, me temo que debo pedirte un poco más, joven Harington.

—¿Tengo que hacer un sudoku para desmanchar la espada de mi deshonra?

Daisuke cambió su rostro frío por una expresión de sorpresa y me atrevo a decir que también tenía un ápice de diversión.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora