Abandonad la esperanza todo aquel que sea un semidiós

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—¡Wow! —exclamó Ángel—. No puedo creer que levantes ese peso tan fácilmente.

Volví a bajar la barra para una octava repetición y luego la dejé sobre el soporte. Eran casi cien kilos.

—Bien, es mi turno —dijo Ángel—. Ponle veinticinco en cada lado.

Ya era mi tercera semana en este gimnasio, mi actividad para relajar mi mente después del trabajo. Había pasado como mes y medio desde que abandoné todo sobre mi vieja vida en Long Island, a esta altura se sentía como un recuerdo distante. Ángel era mi compañero de cuarto, juntos rentábamos un departamento decente en Brooklyn; escogí ese lugar específicamente porque quería encontrar a Freddie y llevarlo de vuelta a Londres, pero todavía no logro dar con esa condenada mansión.

Hice spot para Ángel hasta que logró hacer las mismas ocho repeticiones, después de eso dimos por terminado el entrenamiento y fuimos a casa.

—No puedo creer que tengas dieciocho años y no sepas conducir —decía mientras maniobraba por las calles—. Ya te dije que te enseño.

Ángel siempre fue muy hablador desde que lo conocí, me recordaba a Gabrielle cuando éramos niños.

—No necesito eso, para eso es el transporte público.

—Eres muy divertido.

En el camino hablamos de otras cosas hasta llegar al departamento. Una vez ahí, Ángel se quitó la camisa.

—Voy a tomar una ducha. ¿Vienes?

Me sonrojé un poco, hace una semana terminamos en la misma ducha pora error y ya se imaginan lo que pasó. La verdad es que Ángel es un joven muy atractivo, pero después de perder a mi amada no tengo intenciones de tener algo sentimental con nadie.

—No, tengo que dormir —respondí—. Mañana hay muchas que hacer en el trabajo. Tengo que acomodar la bodega.

—Entonces dúchate primero, así descansarás mejor.

—Lo haré. Gracias, Ángel.

Pero yo sabía que descansar no era posible, porque un fantasma se encargaba de mantenerme despierto toda la noche...

***

Al día siguiente en la bodega, estaba trabajando en los anaqueles, apilaba cajas de cereal, frascos de mermelada y botellas de refresco. Apenas había dormido un par de horas antes de que el reloj me despertara. En fin, después de un mes llegué a acostumbrarme para mal.

Desde aquel día en el hormiguero, luego de que arrojé la espada en algún lugar del bosque, mi hermano y yo dejamos de hablar definitivamente; ni siquiera me gusta mencionar su nombre.

Al medio día recibí otro mensaje. Todos los días era algo diferente: un mensaje-iris, un holo-pergamino o una carta traída por una aura. ¿El menú de hoy? Mensaje-iris.

—«¡Lurygon!» —exclamó una chica de piel oscura y abundante cabello rizado—. «¡No te atrevas a colgarme porque te juro por todos los dioses que todos en la legión te golpearemos!»

—No puedo hablar —respondí—. Estoy ocupado.

—«Lury, lo que pasó no fue culpa tuya. Tienes que volver. Bethany...»

Puse una caja sobre el mensaje y este se desvaneció. No deseaba escuchar nada al respecto, ahora tenía una nueva vida y no pensaba volver a la antigua jamás. Continué trabajando con normalidad ese día. Camino a casa todo estaba solo, la iluminación era lúgubre, a veces me recordaba al Inframundo. Cuando doblé la esquina un sujeto con un cuchillo me cortó el paso.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora