La historia de Jing Kyū

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Desperté bajo el agua. Maldita sea mi suerte. Tratando de nadar hacia la superficie pude ver todos los escombros y restos del Ranger, miré hacía abajo, la nave fue partida por la mitad y se hundía rápidamente en el océano Pacífico. Logré llegar a la superficie y por fin aspiré aire, el cielo estaba cubierto de negras nubes de tormenta y el mar seguía agitado.

—¡Nando! —grite—. ¡Nan... Agh!

El agua entró en mi boca y me ahogué un poco. Traté de buscarlo entre todo el desastre, pero ni siquiera veía al Lobo Sigiloso II. La costa, por otro lado, estaba más cerca; Nando era un buen nadador, por lo tanto era más probable que hubiera llegado a tierra, así que comencé a nadar.

La tormenta hacía muy complicado acercarse a la costa, el mar me arrastraba de aquí para allá, a veces parecía que me acercaba y otras que me alejaba de regreso a Estados Unidos. Todo ese esfuerzo fue demasiado y mi cuerpo se rindió, dejé que el mar reclamara mi vida, técnicamente estaba en espacio marítimo japonés, por lo que había cumplido mi promesa de regresar la espada a su lugar de origen... Al menos eso le diría a Takeshi en el Inframundo.

—«¿Qué hace un griego en mis dominios?»

Esa voz profunda y poderosa, me pareció que el mismo océano me hablaba. Caí sobre algo, ¿el fondo marino? No, no era posible, sobre todo porque me estaba elevando hacia la superficie. Cuándo el aire volvió a llenar mis pulmones empecé a toser el agua que me había tragado. Noté que estaba sobre algo firme, algo parecido a placas acomodadas una sobre otra, unas eran de color jade, otras blancas y verde oscuro, también estaba cubierto de algas, corales y percebes.

—«Aquí estoy, humano» —dijo esa voz—. «Te he sacado del agua para que puedas responder».

Me di la vuelta y vi un enorme par de ojos nácar mirándome como si fuera un bocadillo. Tenía una cabeza como de camello y hocico lupino, cuernos de ciervo y una especie de melena en el cuello que parecía hecha de algas.

—¡Un dragón! —grité del susto—. ¡Un dragón colosal!

—«No te preguntaré de nuevo».

Tragué saliva. Ni siquiera el drakon de Manhattan me asustó tanto como esta criatura.

—Yo... Ammm... Señor dragón, no pretendía invadir sus aguas...

—«Evidentemente. ¿Qué haces tan lejos de casa, mestizo griego».

—Mi nombre es Lurygon Harington, señor dragón.

—«Yo soy Watatsumi, el dios del mar. No me gusta que semidioses extranjeros causen problemas por aquí. ¿Por qué cargas una katana? Además así no se porta».

No me había dado cuenta que la espada de Takeshi seguía colgada en mi espalda. Por otro lado, tanto Telum como la espada de Jason habían desaparecido, tal vez se hundieron cuando Susanō destrozó el barco de Vane con su ataque.

—No quería causar ningún problema, señor Watatsumi —dije haciendo una reverencia—. Sólo quiero devolver esta espada al lugar donde pertenece. Esos piratas fueron contratados para matarme y no sé porque ese dios me atacó.

En realidad sí sé porque me atacó, pero no creo que sea prudente contarle a un dragón del tamaño de un avión comercial que soy uno de los diez más buscados por los dioses de Japón.

—«Susanō no Mikoto tiene fama de visceral» —afirmó Watatsumi—. «¿Sabías que en una borrachera destruyó los campos de Amaterasu y mató al caballo celestial? Eso hizo que la diosa solar se ocultara en una cueva y dejara el mundo sumido en las tinieblas».

Sentí cierto alivio de que me creyera, al menos ese dios tenía una reputación.

—«¿Entonces tu objetivo es devolver esa katana a su legítimo dueño?»

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora