Descensus ad Inferos

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Amaterasu era la diosa más amable que he conocido y créanme que me he topado con muchos. Una vez que me puse de pie y me limpié las lágrimas, ella puso manos a la obra.

—De acuerdo, primero debes dormir para que tengas energía para el combate —dijo—. Puedo preparar un saco de dormir y una almohada. Quédate en el edificio del jefe de la aldea.

—¿Pero qué dice? Primero me sale con que no me rinda y ahora que me duerma. No tiene sentido.

—Si te desmayas de cansancio a mitad de la batalla, te van a matar.

—Usted no me conoce —dije—. Una vez luché durante tres días seguidos con descansos mínimos y además fui torturado. Peleé contra el titán del océano en su campo local y le gané. Después de una lucha intensa dentro de una alcantarilla, todavía tuve fuerza para salir del Aqueronte y luchar en el Tártaro contra un guerrero inmortal. ¿Quién necesita descansar? Yo no.

Me di cuenta que al terminar de hablar sentí la cabeza ligera y casi me desplomo sobre el suelo de no haber usado la katana de soporte.

—¿Decías? —comentó Amaterasu.

—Bueno, es humano equivocarse —admití—. Pero despiérteme en dos horas, por favor. No hay tiempo que perder. Debo empezar a buscar una entrada y no sé por dónde comenzar.

—Descuida, eso lo tengo cubierto. No sólo sé por dónde puedes entrar, sino que te ayudaré a llegar y a abrir la entrada.

Me guio hacia la oficina de lord Daisuke y ahí hizo aparecer lo que prometió.

—¿Te gustan los onigiri? —preguntó Amaterasu—. Es mi comida favorita. Siempre llevo unos cuantos. ¿Quieres de kombu, atún o ciruelas encurtidas?

Resulta que el kombu es alga, una parte importante de la cocina japonesa. Yo no como pescado, así que me dio uno de ciruela y otro de alga. Comimos en silencio durante un rato, cuando estaba por empezar mi segunda bola, se me ocurrió preguntar:

—¿Por qué me ayuda? Creí que para los dioses estaba prohibido interferir con los asuntos mortales.

—Bueno, en sí no está prohibido para nosotros —dijo la diosa—. Pero sabemos que no es correcto interferir demasiado en el mundo de los humanos.

Dio otro mordisco a su onigiri y miró al cielo con anhelo.

—La verdad es que fui yo quien delató a Inari y Ares aquella vez —confesó—. Por mi culpa ella fue desterrada, tu padre casi muere y esa pequeña criatura vivió marginada y con una idea equivocada de sí misma. Pude haber hecho más por ella, hablar con mi padre, convencer a otros dioses, pero fui una cobarde.

—Ya no hay vuelta atrás, ¿sabe? Jing está decidida a destruir el mundo y hacer uno nuevo.

—Me gustaría que hubiera una forma de convencerla, pero para eso necesitamos mucho más tiempo. Hay que eliminarla y ambos cargaremos con la culpa por matar a una inocente, víctima de los errores divinos.

Recuerdo que Amaterasu se encerró en un cueva después de que Susanō le hizo no sé qué. Sin el sol que era ella, el mundo quedó sumido en las tinieblas y eso seguro que no fue bueno para los mortales en Japón, igual que cuando Deméter hizo que las plantas de agricultura dejarán de crecer hasta encontrar a Perséfone.

No hablamos más. Me metí en el saco de dormir, apoyé la cabeza en la almohada y comencé a roncar.

Morfeo no me perdonó esa noche. Mi ba (como dice Freddie que se llama también al subconsciente), fue llevado a un lugar muy extraño, una extensa llanura con arbustos espinosos sin hojas y cubierta de arena y ceniza. Lo más notable eran las jaurías de lobos corriendo detrás de múltiples almas y zorros solitarios comiendo los cadáveres de estas.

No es fácil ser un semidiós: Recuperando el honor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora