Tener poderes no es fácil...

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Tener poderes es uno de los sueños más comunes que hemos tenido la mayoría de los niños, pero no es lo que parece o como conocemos en las películas. Es más complicado de lo que parece.

Era de noche y todos dormíamos excepto Sara, que solía aprovechar la noche para ducharse.

Al salir de la ducha se puso una toalla, e intentó agarrar su camiseta sin el uso de sus guantes. Al principio no ocurría nada y hasta se emocionó pero segundos después casi la quema.

Ariadna se despertó con ganas de ir al baño, sin saber que su hermana estaría allí.

―¿Sara?

―¡Ariadna sal! ―dijo mientras el agua que había en el suelo electrocutaba.

―¿Qué pasa?

―¡Ariadna sal! ―repitió.

―¿Pero qué pasa!? ―insistió mientras se acercaba más.

―¡Sal!

―Solo será un momento, me hago pis.

―¡Ariadna! ―dijo cuando su hermana tocó el agua.

La niña gritó con fuerza y del dolor cayó al suelo.

―¡Mamá, papá! ―gritó con desesperación.

Nosotros al oír los gritos, nos levantamos rápidamente de la cama y nos dirigimos al baño, lo más rápido que pudimos, cogí a la pequeña en brazos.

Su madre cogió una crema comenzando a echarla por toda la zona afectada, mientras la niña se quejaba al tocarle, y Sara hacía parpadear las luces de la cocina.

―Lo siento, por eso me ducho por las noches, para evitar cosas como estas.

―Pues casi la matas. ―contestó Paula.

―Ha sido un accidente. ―respondió su madre con voz calmada.

―Bueno no pasa nada... Tampoco, pero ten más cuidado la próxima vez, hija. ―intervine.

―¿Tanto te duele Ari? ―dijo Angie mientras la niña seguía quejándose.

―Cariño, ¿Y si la llevamos a urgencias? Solo para salir de dudas...

―Parece que no es grave, solo es una quemadura normal. Además ¿Qué podríamos decir? que le cayó un rayo, si ni siquiera hay tormenta, y seguro le harían pruebas.

―Ariadna, lo siento. ―le dijo Sara a Ariadna.

―No estoy enfadada. ―respondió.

―¿Estás mejor? ―preguntó Angie.

―Un poco. ―contestó Ariadna.

―Angie sonrió― Parece que ya sé lo que tengo que hacer. ―dijo limpiándose las manos―¿Tienes cosquillas? ―la niña empezó a reírse.

―¿Puedo dormir con papá y contigo? ―dijo aún riéndose.

―Claro. Vamos.

Ariadna abrazó a Sara antes de que me pidiera que la cogiera en brazos.

Al día siguiente la mañana fue como un día cualquiera, aunque a Sara se la veía un poco distante, algo cabizbaja.

Estábamos en la cocina cuando la nueva vecina entró a nuestra casa sin avisar...

―Angie... ―saludó emocionada.

―¿Pero cómo has entrado? ―preguntó Angie sorprendida.

―¿Queréis galletas, recién hechas? ―respondió ignorando la pregunta.

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