Las mejores peleas son las que evitamos...

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Estaba en comisaría, aburrido de rellenar y organizar informes...

Ser policía no es tan emocionante como en las películas; más bien es todo lo contrario. La acción no es como la imaginamos y los días pueden ser interminables, sobre todo en los turnos de noche. De vez en cuando, sí que me siento como si estuviera en una película, pero es algo excepcional. La realidad es que la mayoría de los delincuentes se rinden en cuanto nos ven llegar. En fin, ser policía no es una constante persecución a alta velocidad ni una sucesión de épicas batallas contra el crimen, y quien piense lo contrario se llevará una decepción. Aun así, me gustaba mi trabajo, lo disfrutaba, aunque a veces también me aburría.

El Comisario interrumpió mi tediosa tarea cuando entró en mi despacho y me ordenó que fuera a liberar a Alessandro Fiore.

Me pareció un error, pero en cuanto leí el documento que me entregó, entendí el motivo.

No estaba de acuerdo, pero no tenía otra opción. Por mucho que mi cargo tuviera peso en la comisaría, había gente por encima de mí, y sus decisiones estaban fuera de discusión. Y como la mayoría de los casos estaban bajo mi supervisión, me tocaba a mí hacer el trabajo.

El centro penitenciario no era precisamente un hotel, pero tampoco era un sitio en el que a nadie le gustaría pasar mucho tiempo. Tenía ese característico y fuerte olor a lejía que me resultaba insoportable.

—Nero, qué alegría verte... —Alessandro sonrió con su típico aire despreocupado—. Te queda bien ese uniforme. No entiendo mucho, pero comparado con los polis que han venido a verme, ese dibujito de tu hombro parece importante...

—Tu padre ha pagado la fianza. Intenta no volver a meterte en problemas —respondí sin darle importancia a su comentario.

—Lo intentaré... —Se encogió de hombros con gesto divertido—. La cárcel es aburrida, no suelen pasarse muchos bellas donne por aquí. Hace tanto que no mojo que creo que me estoy volviendo loco.

Ignoré sus estupideces mientras abría la puerta de su celda con las llaves.

—¿Cuánto hace que tú...? —insinuó con una sonrisa burlona.

—Cállate, Aless —le corté antes de que terminara—. Eso no es asunto tuyo.

—Non pensare que he olvidado aquello che me dijiste, exijo una revancha.

—Estoy preparado.

—No lo sé... No debería manchar il tuo onore.

—Contigo ya lo he perdido todo.

—Va bene... En cuanto consiga un coche, me pondré en contacto contigo y entonces verás a lo que te enfrentas, Nero.

Aprovechó un momento en el que estaba firmando los últimos papeles para intentar sorprenderme con un puñetazo en la cara, pero le agarré la muñeca a tiempo y se la retorcí hasta hacer que sus huesos crujieran. Se quejó entre dientes.

Yo era más fuerte y más grande que él. Me sentí orgulloso. Cuando éramos jóvenes, la situación era justo al revés.

—Eres tú quien no sabe a qué se enfrenta, Aless —dije con calma—. Nos vemos en la carrera. Y ni se te ocurra volver a acercarte a mí.

Cuando terminó mi turno, fui a recoger a mis hijas de las extraescolares. Me apetecía un helado y ellas nunca decían que no a esa palabra, así que hicimos una parada y nos lo comimos con tranquilidad en el coche. Angie no llegaría hasta tarde.

Al llegar a casa, me quité el resto del uniforme y me puse la camisa transparente de tanto usar, junto con un pantalón de chándal corto. Sí, un cuadro, pero me daba igual.

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