El chisme de Rosa

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Después de un fin de semana bastante especial, llegamos a casa con nuestros problemas de siempre.

"La Presidenta" es la presidenta por algo, una señora que como has podido notar, le encanta el chisme, y con eso también quiero decir, crear uno, viendo cosas donde no las hay.

Venía de trabajar y fui amable con Karen, ella necesitaba ayuda con una caja enorme y pesada, y yo sin problema cedí a meterla en su casa.

Siendo sincero, mantener una conversación con Karen me hizo sentir feliz, porque desde entonces, no lo habíamos hecho del todo.

Algo que no me pareció importante, para contarle a mi mujer, no era nada de otro mundo.

Al día siguiente era festivo, por lo menos en España, por lo tanto mi mujer, ni mis hijas, fueron al colegio. Por desgracia, yo sí tuve que trabajar, pero bueno, quizá si hubiese librado, no habría historia para contar.

Mi mujer estaba abrazada a mí cuando sonó la alarma, a las 7:00 de la mañana, y sinceramente, no tenía ganas, ni de que dejara de abrazarme, ni de levantarme.

―An, me tengo que ir a trabajar.

―Lo sé, pero hasta las 8:30, no entras.

―Pero si me voy temprano, no hay atasco. (Le di un beso, y me levanté a desayunar)

Estaba bebiendo leche directamente de la botella, (algo que mi mujer detesta), así que ella apareció de la nada y al quitármela, hizo que derramara leche por todas partes, pero sobre todo en mi uniforme. Ella se rio, hay que admitir que también me causó un poco de gracia.

―Eso te pasa por beber de la botella.

―¡Si no me la hubieras quitado, no la hubiera derramado, y no tendría que cambiarme de uniforme! ―dije molesto.

―¡Si me hicieras caso, yo no te la hubiera quitado! ―respondió.

Me quité la camiseta, y justo entró Rosa, sin llamar como siempre.

―¡LOSA! ―intervino Mía  emocionada.

Ella se quedó mirando mi abdomen impactada, sin argumentar nada más.

―Rosa piensa que papá está buenísimo. ―le dijo Ariadna a sus hermanas, sentadas en la mesa de la cocina―Y qué si no estuviera casada con Paco...

―¿Y qué piensa mamá? ―interrumpió Sara.

―Que como Rosa, siga mirando así a su marido, se la va a cargar.

No me gusta que me miren fijamente, así que fui a cambiarme de uniforme, y más tarde a trabajar, porque como siempre, voy tarde a los sitios.

Nuestras hijas, se fueron a su habitaciones a los pocos minutos de que me fuera, para que Rosa, no les hiciera su mítico interrogatorio.

―Bueno yo venía a hablar contigo. ―dijo mientras que mi mujer recogía las migas, que dejaron nuestras hijas en la mesa.

―Tú dirás.

―Pues hija, que quería hacer torrijas y me he quedado sin azúcar, y venía a ver si tienes.

Mi mujer cogió el recipiente que Rosa tenía entre las manos.

―Bueno... Cuéntame, ¿Qué tal con Adrián?

―Muy bien. ¿Por? ―contestó cogiendo el azúcar.

―Pues por hablar de algo. ―dijo con picardía.

―Rosa, ¿Qué quieres?

―Si me conoces como una hermana ¿eh?... Ha sido mirarme, y notármelo ¿Si o No? Qué seas tu tan observadora, y tenga que ser yo la que tenga que contarte esto...

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