El parto se acercaba, y Mía comenzó a notar que ya no iba a ser la pequeña de la casa. No había celos hacia su hermanito, pero sí esa necesidad constante de llamar nuestra atención. Ya hablaba con más fluidez, y lo hacía con ese toque peculiar de acento francés que la hacía aún más adorable.
—¿Ojos azules o verdes? —preguntó Sara, con una sonrisa pícara.
—Verdes —respondió Mía, sin dudarlo.
—¿Rubio o moreno? —añadió Ariadna, cruzando los brazos.
—Rubio —dijo Mía, con seguridad.
—¿Lo veis? —Sara hizo una pausa, mirando a su alrededor con aire de triunfo—. Lo adivina todo.
—Eso creo que aún es pronto —comentó Angie, algo escéptica.
—No, yo lo visto —dijo Mía, molesta, con su tono característico.
—Ya veremos —respondió Angie, intentando restarle importancia.
—No, yo lo visto, mami... —repitió, más firme, como si estuviera convencida de lo que decía.
Lo que antes parecía ser solo una curiosidad sobre sus poderes comenzó a ser más que eso. Nos dimos cuenta de que estábamos equivocados respecto a lo que realmente podía hacer. Sus habilidades no solo se limitaban a cosas que el ojo humano no podía percibir; parecía tener esa extraña capacidad para ver el futuro. Eso nos preocupaba, pero lo que más nos sorprendía era su certeza. Como si estuviera mirando un futuro que todos veíamos tan incierto.
Angie, por su parte, se encontraba más irritable que nunca. Se quejaba de dolores en la espalda y de los pies hinchados, como si cada pequeño movimiento fuera un desafío. Desde que entró en el noveno mes, su frase favorita era: "Quiero parir, ya", una y otra vez, como si eso pudiera acelerar el proceso.
Fuimos a la última ecografía antes de que ella diera a luz. La noticia no fue la mejor: Número 6 aún no estaba colocado. El ginecólogo nos explicó que, si no se colocaba en las tres semanas restantes, tendrían que hacerle una cesárea, y Angie lo temía. Recordaba demasiado bien el sufrimiento de la cesárea con las mellizas y lo largo que fue su proceso de recuperación. No quería volver a pasar por lo mismo.
El doctor, viendo nuestra preocupación, nos intentó tranquilizar.
—No os preocupéis, que se han dado casos en los que el bebé se coloca incluso una semana antes —nos dijo con calma—. Solo necesitamos paciencia.
Y ahí estábamos, en ese limbo de incertidumbre, esperando que Número 6 encontrara su lugar, con Angie quejándose a cada paso y Mía, nuestra pequeña vidente, diciendo cosas que hacían que no supiéramos qué creer. Al final, solo nos quedaba esperar.
La hora del parto se acercaba, y mientras tanto, yo me encontraba en comisaría lidiando con Nourdin Haddad, que, por sus acciones, había pasado de ser un policía con potencial a uno más, aún en prácticas. Los de arriba querían echarle, el comisario se le unió, y media comisaría pensaba lo mismo. Pero, por suerte, pude convencerlos de darle una oportunidad. El chaval no estaba preparado para un cargo tan serio, pero quise darle una oportunidad, como siempre hago. Después de todo, ¿Qué tan malo podía ser? Con tantos hijos, ya nada parecía tan complicado.
Llegué tarde a casa, y cuando entré, vi a Angie en la cocina. Le di un beso rápido y me fui directo a nuestra habitación. Ella tardó unos momentos en llegar, así que decidí salir al balcón a fumar un cigarro, buscando un poco de calma. Abrí el cajón de mi mesita, saqué el tabaco y el mechero y me acomodé en la terraza.
—¿Mal día? —me preguntó Angie desde la puerta, su voz suave.
—Novatos —respondí con un suspiro, encendiendo el cigarro.

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Nuestras Aventuras
RandomAdrián y Angie llevan una vida aparentemente normal como padres de una numerosa y peculiar familia. Sin embargo, detrás de las risas, los desafíos cotidianos y los secretos bien guardados, están presentes es sus vidas. Pero la familia lo es todo y...