¡Nos vamos a África!

20 4 0
                                    

Las vacaciones llegaron de nuevo, ese tiempo tan esperado para descansar y escapar de la rutina diaria. Además, mi cumpleaños se acercaba, y los cuarenta no son precisamente una cifra cualquiera.

No solíamos irnos de vacaciones con frecuencia, ya que vivimos en la costa, y la playa nos queda a un paso. Tanto, que podemos ir andando. Por eso, aprovechábamos los veranos para visitar a los padres de Angie en Barcelona.

Estábamos todos sentados a la mesa, disfrutando de una comida en familia, cuando Sara rompió el silencio:

—¿Por qué este verano no nos vamos a un lugar diferente?

—¿Y adónde quieres ir? —respondí, sin apartar la vista del plato.

—A donde sea, menos a ver a los abuelos.

—Estoy abierto a sugerencias —contesté, un tanto sorprendido.

—¡Disneyland París! —interrumpió Ariadna, con entusiasmo en su voz.

Días después, me encontraba en la comisaría, organizando algunos papeles en mi oficina, cuando escuché un golpe en la puerta.

—Lascuráin.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar esa voz ronca y prepotente, que nunca me traía buenas noticias.

—Dime —respondí, un poco nervioso.

—¿Quiere un viaje a África?

—¿África? —pregunté, sin poder creer lo que acababa de oír.

—Sí, eso he dicho. Me tocó en un cupón, pero no me llama la atención. Pensé en ti. Solo tienes que llamar al número y podrás pedir los billetes que necesites. Además, es mi forma de felicitarte por tu cumpleaños. Ahórrate las gracias y sigue trabajando.

El comisario era... peculiar, pero con él nunca había tenido problemas.

Al llegar a casa, lleno de emoción, me dirigí directamente a contarles la noticia.

—¡Chicas, buenas noticias! —dije, entrando en la cocina, con los billetes en la mano.

Angie me miró confundida mientras se secaba las manos con un trapo.

—¿Vamos a tener otro bebé, verdad? —preguntó Sara, poniendo énfasis en la última palabra.

—No, no vamos a tener otro bebé. ¡Nos vamos a África! —respondí, mostrando los billetes.

La sorpresa las dejó sin palabras, pero pronto comenzaron a gritar de emoción. Se abalanzaron a abrazarme, incluso Mía, que aún no entendía del todo qué estaba pasando, se unió al abrazo.

Tomamos el coche hacia el aeropuerto, y cuando llegamos a África, un autobús nos recogió y nos dejó directamente en la puerta del hotel.

El lugar era un paraíso rodeado de naturaleza por todas partes. Grupos de personas danzaban al ritmo de la música tradicional del país.

—¿Te parece un viaje diferente? —le pregunté a Sara, mientras observábamos el bullicio a nuestro alrededor.

—¿Solo diferente? ¡Es increíble! —respondió Sara, sin poder contener la emoción.

—O podemos volver al aeropuerto y coger un vuelo a Disneyland —comenté, mirando a Ariadna.

—No, no. Prefiero este viaje —respondió ella con la misma emoción.

Seguimos caminando por las instalaciones hasta llegar a la recepción.

—Wamkelekile. Bienvenidos —nos saludó un hombre con una sonrisa cálida. —Tafari para servirles. Su nombre completo, por favor.

Nuestras AventurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora