El Parque Acuático

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No tuve vacaciones cuando me hubiera gustado, así que no pudimos irnos lejos. Aunque, la verdad, no se sentía muy diferente. Como ya he dicho, teníamos la playa cerca de casa, y aprovechábamos para disfrutarla casi a diario, sin importar la época del año.

Aun así, intentábamos hacer algo distinto cada fin de semana. Sobre todo por los niños, para que no pasaran todo el día enganchados a los aparatos o al WiFi. Estábamos en medio de la tercera ola de calor del año, y la comunidad autónoma estaba atravesando casi una sequía importante.

Aunque era de noche, el calor era insoportable. Se sentía como si estuviéramos en pleno mediodía, lo que ya empezaba a molestarme. En ese mes, el aire solía refrescar un poco al final del día y a primera hora de la mañana, pero este año no. No había manera de que bajaran los 45 grados, y trabajar así era un imposible. Había días en los que no tenía ni ganas de comer, solo de tirarme a la piscina con el uniforme.

La casa, como siempre, era un caos. Pero con la ola de calor, las discusiones eran tan frecuentes que ni siquiera podíamos pasar un día sin gritar. Ya no podíamos aguantarnos ni entre nosotros.

Acabábamos de terminar una de esas peleas, y nos quedamos en silencio, mirando a la nada.

—¿Nos vamos al parque acuático? —sugirió Ariadna, rompiendo el silencio.

Las demás nos miraron a nosotros, así que tanto Angie como yo dijimos que sí. Tampoco teníamos mucho que perder, así que al día siguiente nos pusimos rumbo al parque acuático.

Un viaje largo con niños es siempre un estrés. Cuando no estaban discutiendo sobre la música, había que parar porque alguna necesitaba ir al baño, algo que mi mujer repitió como doscientas veces antes de salir de casa. Pero lo peor de todo era esa mítica frase cada cinco minutos:

—¿Cuánto queda?

Angie, que ya estaba al borde de la paciencia, explotó.

—Como vuelva a escuchar alguna mosca, damos la vuelta ahora mismo. —dijo, visiblemente enfadada.

Al llegar, nos registramos para el fin de semana. Sería una estancia corta, porque tenía que trabajar por la tarde al día siguiente. Esperábamos una habitación grande, pero cuando el instructor abrió la puerta, con las maletas, diría que ni un alma cabía allí.

—Bueno... Pues en cuanto estéis preparados, podéis bajar. —dijo el instructor.

—Perdona, ha tenido que haber un error. Nos dijeron que habría habitaciones para toda la familia. —respondió Angie, confundida.

—Esta habitación es para toda una familia... una familia de tamaño normal. Me encantaría daros más espacio, pero el hotel está lleno. Estas olas de calor... Hasta las suites más caras... Imaginaos... —dijo el instructor mientras su teléfono sonaba—. Bueno, pues me voy, acaba de llegar otra familia. Adiós...

El instructor se fue, pero no sin tropezar con una de las maletas. Fue gracioso, aunque mantuvimos la calma hasta que finalmente se fue.

—Esto tiene que ser una broma, de esas de cámara oculta. —dijo Paula, claramente indignada.

—Hasta el ascensor era más grande que la habitación. —comentó Sara, mirando alrededor con incredulidad.

Una de las camas era de matrimonio, pero ni de cerca era como la nuestra, y la otra... tan pequeña que ni un adulto promedio cabía.

—Salid algunos al pasillo, para que podamos abrir las maletas, por lo menos... —dijo Angie, con tono impaciente.

Tras cambiarnos de ropa, bajamos al parque acuático. Me llamó la atención que todos los toboganes tuvieran nombres de películas o series, y que, además, estuvieran tematizados según su nombre.

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