Los amiguitos de Sara

22 4 0
                                    

Estábamos a vísperas de las vacaciones navideñas, y cómo todo lo que ocurre en nuestra familia siempre hay algo que contar...

Mi hija Sara había hecho amigos nuevos en el aula de castigo... Un sitio muy normal... Pero eso es lo de menos.

Nosotros no hemos sido de esos padres sobreprotectores, si no aquellos, que dejan que sus hijos se caigan para aprender, y por supuesto, ayudarles a levantarse.

Aunque cuando los conocimos no nos parecían los más apropiados, dejamos que nuestra hija se diera cuenta por sí misma, más que nada porque cuando le advertimos, no nos hizo caso.

Uno de esos días trabajaba por la mañana, así que antes de que mi mujer viniera lo preparé todo antes de que llegara.

―Hola, Poli. ―dijo emocionada tras besarme.

―Hola, Rubita. ―respondí.

Las niñas comenzaron a parlotear, porque mi mujer y yo nos besamos, así que a petición de ellas nos volvimos a dar un beso, un poco más largo, como mi hija Ariadna diría un beso Disney, luego saludó a las niñas.

―¿Y Sara? ―pregunté.

―Con esos amigos suyos del aula de castigo. ―contestó Paula.

―Pues escribe a tu hermanita y dile que venga para acá, ahora mismo.

―Esos chicos son malos con los demás. ―enunció Elsa.

―Lo sé. Los profesores no dejan de quejarse de ellos. ―respondió Angie.

Paula cogió su móvil sin rechistar y le escribió WhatsApp, como le dije.

Sara, apareció a los diez minutos entrando por la puerta de la cocina, nos miró un par de segundos y se fue directamente para su habitación, porque se olía lo que iba a pasar, pero no se libró, como ella se esperaba.

―Sara, Sara. Ven aquí ahora mismo. ―dije haciéndole un gesto en su silla y ella se acercó―No lo vuelvas a hacer.

―Que no haga, el que. ―contestó.

―Venir a la hora que te dé la gana.

―Es que no lo entiendo. No entiendo, porque tenemos que cenar todos los días todos juntos, a la misma hora. Parece la cárcel.

―Sari, hija, porque es el único momento donde podemos estar los siete juntos, lo único que pide tu... ―intervino Angie.

―Espera. ―interrumpí― Me gusta cenar con mi familia, y es el único momento que podemos hacerlo ¿Te vale?

―Y yo tengo derecho a estar con mis amigos. ¿Me puedo ir ya? ―dijo impaciente y algo borde.

―Tus amigos, ese que se parece a David Bisbal con los rizos. ―mi mujer  y las demás se rieron.

―¡Papá que no te rías de ellos! ―respondió indignada.

―Intenté disimular la risa―Oye, que no me río de ellos, como si quieres estar con el Conde Drácula, me da igual. Pero, venir a la hora que quieras no, y a cenar a casa.

―Vale. que sí, que ya lo pillo ¡Qué todo tiene que ser lo que tu digas!, ¡Siempre lo que tú digas! ―yo asentía con la cabeza mientras tanto― ¿¡Te llamo Señor también!?

―Bueno o señora, como quieras. ―le contesté.

―Papá que ya no soy una niña, que cojo la puerta y me largo. ¿Te enteras? ―amenazó.

―¿Te hago la maleta?

―Te lo juro que me siento encerrada, como Rapunzel. Igual.

 ―Pobrecita, qué pena. ―respondí sarcástico.

Nuestras AventurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora