Había tenido que lidiar con un caso complicado con un narco en una carrera ilegal, pero, como siempre, el Comisario se tomaba su tiempo para decidir si intervenir o no. El tipo logró escaparse frente a nosotros en su Subaru Impreza, trucado hasta más no poder.
Era inspector jefe, pero eso no significaba mucho en la práctica. Estaba en una escala ejecutiva, sin poder hacer más que dirigir. Otros me daban órdenes mientras yo me quedaba en el papel de observador. Y, la verdad, no me gustaba nada.
Cuando llegué a casa, mi mujer me esperaba en la cocina, claramente enfadada. Tenía todo el derecho, ya que le había dicho que iba a estar de tranqui, en comisaría, haciendo papeleo.
Cuando me vio, evitó cualquier tipo de contacto conmigo.
—Ha sido una noche larga, no hace falta que te pongas así —le dije, intentando suavizar la situación.
—No, claro, dejo que me mientas y encima sigues con la mentira... Sabiendo que has corrido en una carrera ilegal... —respondió, subiendo el tono poco a poco.
—¿Cómo te has dado cuenta? —pregunté, un poco sorprendido.
—Tienes una mancha de grasa en las Converse, que me va a costar eliminar... Y el olor a llanta quemada llega hasta aquí. —Me señaló, claramente fastidiada.
—Es mi trabajo —respondí, encogiéndome de hombros.
—¿Y es necesario que me mientas? —su tono era más ácido ahora.
—Sí, porque sé que tienes miedo de que Alessandro esté allí y me haga daño. —No podía evitar decirlo, aunque la verdad me dolía un poco.
—Más me enfada que me mientas —dijo, con un tono realmente borde.
Un silencio incómodo llenó la cocina. La tensión en el aire hacía todo aún más pesado.
—¿Te quieres venir? —pregunté, con la esperanza de suavizar las cosas un poco.
—¿A una carrera? —asentí, sin dudarlo—. Tú estás tonto.
—Revivimos los viejos momentos —le dije, con una sonrisa torcida.
—¿Y qué hacemos con la Trupe? ¿Las dejamos que nos observen? —replicó, visiblemente molesta—. Pues va a ser que no... Ya hay bastante con que lo sepan, y que tú corras... Y ni hablemos del lío en el que te metes.
—Nadie se enteraría, no hay reglas. Podríamos hacer lo que quisiéramos, solo para atraparlo. Lo que pasa es que tengo que evitar ciertas posibilidades, por respeto a nuestro matrimonio —Intenté sonar razonable.
—No me pienso volver a jugar la vida, por muchas ganas que tenga de correr. —su tono era firme, pero lo entendía perfectamente.
—Rubita... Me debes un aniversario, no llegaremos tan tarde. —la miré, con un toque de picardía.
—Tuvimos nuestro aniversario —respondió, con una ceja levantada.
—Sí, inolvidable... —respondí sarcástico—. Y ni siquiera pudimos hacer nada.
—Un momento... ¿Te importa más echar un polvo que tus hijas? Increíble. —dijo, visiblemente indignada.
—Mis hijas son el centro de mi mundo, mi vértice de la pirámide... Pero, de vez en cuando, me gusta dejar de pensar en que nos pillen. —suspiré, pasándome una mano por el cabello—. An, tengo un problema. Resulta que es la noche de las bandanas, y necesito un compañero que sepa correr.
—Supongamos que acepto... —dijo, con tono dubitativo—. Solo por correr. ¿Qué les piensas decir?
—Mami tiene que ayudar a papi con un operativo, y tienen que atrapar a un malo, que es muy malo. —Me reí, sabiendo que en cierto modo, lo haría.

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Nuestras Aventuras
AléatoireAdrián y Angie llevan una vida aparentemente normal como padres de una numerosa y peculiar familia. Sin embargo, detrás de las risas, los desafíos cotidianos y los secretos bien guardados, están presentes es sus vidas. Pero la familia lo es todo y...