La Tía Abuela Adela

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El mes de octubre comenzó con una llamada de mi padre. Siendo honesto, no tenía ganas de cogerla. Me llamó tantas veces que ya ni siquiera me molestaba en verificar quién era.

—Por mucho que lo silencies o lo apagues, encontrará la manera de llamarte —comentó Angie, que había estado observando mi frustración. Finalmente, cogí el teléfono con desgana, antes de llamar a mi madre. Pero mi padre se lo quitó de golpe.

Pasaron más de una hora de reproches sobre lo desgraciada que era mi vida, y al final, me soltó la noticia que menos esperaba. Mi tía abuela Adela había fallecido.

Era curioso, porque apenas la conocía. Apenas sabía nada de ella, salvo que pertenecía a la familia de mi padre y siempre la recordé como una mujer mayor, de esos que se visten con ropa extravagante y colores vivos.

Fuimos al funeral, no por obligación, sino por cortesía hacia la familia, pero a decir verdad, no parecía importarles demasiado si estábamos allí o no. La familia dejó de dirigirme la palabra desde el momento en que... Como ellos decían... "Me pasé al lado oscuro".

—Tenemos una cosa que deciros —anunció Angie, con tono serio.

—¿Estás embarazada? —preguntó Paula, emocionada, con los ojos brillando.

—No, y no pienso volver a estarlo —respondió Angie, negando con la cabeza.

—Mejor, ya somos una familia demasiado grande —comentó Sara, mirándome, con cierto desdén.

—¿Por qué me miras así? ¡Tener bebés es cosa de dos! —respondí, un tanto confundido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ariadna, entrecerrando los ojos.

—Anda, responde —se burló Sara, disfrutando del momento.

—Pues... eh... volviendo al tema, nos vamos de viaje —intenté aclarar.

—¡Sii! —gritó Mía, aplaudiendo con sus pequeñas manos.

Comenzamos a explicarles el destino y la razón del viaje.

—A ver... si lo entiendo bien, ¿Vamos a un funeral de tu tía abuela, que tú apenas has visto? —preguntó Sara, levantando una ceja.

—Sí —respondí con una sonrisa forzada.

—Me niego —declaró Sara, cruzándose de brazos.

—No creas que os vamos a dejar un fin de semana entero a solas —dije, intentando ser firme—. Nos vamos el viernes por la tarde, os guste o no.

Las protestas de las niñas empezaron a sonar enseguida, pero yo ya no estaba dispuesto a ceder.

El viaje fue largo, con algunos problemas para encontrar el lugar y unas cuantas peleas con el GPS. Pero llegamos justo a tiempo.

Saludé a personas que no recordaba haber visto nunca, aunque ellos afirmaban que sí.

—Pensé que no vendrías —dijo Karen, con una sonrisa traviesa en el rostro.

—No quería hacerlo. Pero bueno, aquí estamos —respondí, encogiéndome de hombros. Karen se rio suavemente.

De repente, Alessandro apareció y le vi igual, solo que algo más mayor.

De repente, Alessandro apareció y le vi igual, solo que algo más mayor

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