Adrián y Angie llevan una vida aparentemente normal como padres de una numerosa y peculiar familia. Sin embargo, detrás de las risas, los desafíos cotidianos y los secretos bien guardados, están presentes es sus vidas.
Pero la familia lo es todo y...
El hermano de Angie, en aquel entonces, aún era un chaval. Solo le llevaba ocho años a mis mellizas, así que su relación con ellas era más cercana a la de una buena amistad.
Con Angie, en cambio, la cosa era diferente. Se adoraban. Jean le contaba absolutamente todo a su hermana, y ella a él.
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Ambos se criaron con los mismos padres, recibieron la misma educación y tuvieron las mismas oportunidades, pero si Angie era la buena, él era el diablo. O, más bien, un chico joven cuya única preocupación era pasarlo bien.
Aun así, siempre intentaba sacar un hueco para venir en tren a verla. Y aquella vez no fue la excepción.
Jean estaba en la cocina terminando de desayunar cuando Rosa irrumpió de repente.
—¡Angie!
—¡Qué susto! —se quejó Jean, llevándose una mano al pecho—. ¿Por dónde has entrado?
Rosa le dedicó una mirada de arriba abajo.
—¿Tú quién eres? ¿Y qué haces aquí?
—Habló la que se ha colado en una casa ajena.
—¿Yo? ¿Colarme? Jamás. Tengo mi derecho.
Jean sonrió de lado.
—Según los artículos 200 y 203 del Código Penal, entrar en un domicilio privado sin consentimiento del titular se considera allanamiento. Es un delito que puede conllevar hasta seis meses de prisión y una multa de casi un año.
Rosa entrecerró los ojos.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Mi padre es juez y mi madre abogada. Además, yo también estudio Derecho.
—Vaya, vaya...
Angie apareció en ese momento, con el ceño fruncido.
—Rosa, ¿qué haces aquí?
La mujer pareció perder el habla por unos segundos.
—Dile a este chiquillo que tengo tu consentimiento.
—Bueno, a ver... No lo tienes, pero entras a mi casa cuando te da la gana.
Rosa alzó la barbilla, triunfante.
—¿Lo ves? Me deja. —Luego miró de nuevo a Jean con una sonrisa encantadora—. Por cierto, cariño, ¿Quién eres?
—Soy su hermano. Me llamo Jean.
—¡Ah! Bienvenido al pueblo, cariño. Dos besitos. —Le plantó sendos besos en las mejillas antes de continuar—. Déjame que me presente, Rosalía de los Ángeles Ruano Díaz. Y dime, ¿ya has comprado casa por aquí? Hay algunas muy bonitas. Un poco para reformar, pero acogedoras. Puedo enseñártelas. Soy la presidenta de la urbanización.
Jean negó con una sonrisa divertida.
—Todavía vivo con mis padres, pero gracias por la oferta.
Jean no era precisamente un chico tranquilo y relajado. Todo lo contrario. Amaba la fiesta más que cualquier otra cosa y, viviendo en una de las ciudades con más vida nocturna de la comunidad autónoma, lo aprovechaba al máximo.