Adelaide y Antonie observaron con interés las señaladas montañas. Una de ellas, la más prominente, era muy peculiar, tenía forma de un gorrito de obispo, o al menos eso les pareció. Aneka confirmaría sus pensamientos, como si hubiese podido leerlos.
—Es el "Bonnet a L'Eveque". Al píe de esa montaña están los cultivos de café y un poco más abajo, la finca. Pronto llegaremos, a tiempo para almorzar. No se preocupen —les aclaró.
Adelaide, agradeció el detalle y la información. Sin dar muestras de sorpresa. Antonie, por otra parte, se encontraba atónito. La chica había respondido, de forma directa, a una inquietud que se había plasmado en su mente. Además, juraría que Adelaide también había tenido esa idea en sus pensamientos, a juzgar por su asentimiento, sobre la inusual forma de la montaña. Tenía hambre. Asumía que Adelaide también. Ella les pidió que no se preocuparan, pronto llegarían, justo a tiempo para comer. ¿Sería posible que esa chica leyera la mente? No, eso era imposible.
La chica le tenía intrigado, desplegaba ciertas facultades inverosímiles. Algo le decía que aquella delgada criatura no era normal. El color de sus ojos, el cabello, la piel, su inexplicable demostración de fuerza y valentía. Ya ni siquiera por ser mujer si no por su delgadez. No era grande, tampoco pequeña, tenía un tamaño promedio. A vuelo de pájaro, calculó que medía un metro sesenta y cinco de estatura. Poco más, poco menos. Eso no avalaba la fuerza e intrepidez que desplegaba, más, si tomaba en cuenta la poca robustez de la misma. Cómo si no le tuviese miedo a nada. Él había estado cavilando la idea desde que la conoció. Y, a pesar de resultarle repetitivo y absurdo el ejercicio mental, no se detuvo, continuó pensando en ello. Nuevos factores se aunaban a la lista de cosas raras sobre la chica. Ahora revelaba aquella muestra de perspicacia; que, quizás, daba algún sentido sobre el hecho de estar siempre un paso delante de la situación. Se negaba llamarlo clarividencia, sin embargo, eso pensó. Lo dicho, lo tenía desconcertado y confundido.
—Señorita Áneka, ¿quién era ese hombre y por qué le pegaba a la mujer embarazada en el puerto? —preguntó Adelaide.
—Su nombre es Pierre Nodu Jean. Capataz de una finca vecina. Es un hombre cruel, disfruta del maltrato a los esclavos. En el fondo es un cobarde, le quitas el látigo, la pistola y ya no es nadie, solo un cachorrito asustado. Ya usted lo vio, no es rival para la poderosa Áneka.
—¿Y por qué le pegaba a la mujer? No se daba cuenta que estaba embarazada.
—Precisamente por eso le pegaba. Por haberse embarazado de él.
—¡Oh! Sigo sin entender. ¿Es su mujer o una esclava?
Transpiraba inocencia la mirada de la señorita. Áneka, dudó un poco. ¿Decía la verdad o mitigaba la horrible realidad de la esclavitud? ¿Cómo explicarle que la vida en la isla tiene valores tan variados como los tonos de piel de las personas? Ella misma lo comprendía a medias y eso que llevaba toda su vida viviendo entre injusticias, felicidades, barbarie y opulencia. Optó por la verdad. En nada beneficiaría a la señorita seguir viviendo dentro de una burbuja de cristal. Ya no estaba en su castillo de Francia. Se encontraba en la selva, en la provinciana brutalidad de la economía basada en mano de obra forzada. La señorita, por herencia, se convertiría en terrateniente algún día, dueña de esclavos, señora de vidas y muertes.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampire20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...