Inanna, pese haberse preparado para el impacto, cayó a un lado, empujada por la fuerza de la onda expansiva. En la trayectoria de su caída influyó mucho el hecho de la sujeción de sus pies, efectuada por Odart. La bala había chocado a unos metros de la ubicación de ambos. Con el hecho de la explosión del cañón, la trayectoria cambió de manera significativa. Rebotó y fue a estrellarse con los árboles sin llegar a impactar a nadie.
Desesperada, por deshacerse de la presión que le ejercían aquellos brazos, quemados, pegajosos y calientes, pateó y se sacudió con fuerza. Escuchó un crujido, sintió resistencia. Se levantó, lo más rápido que pudo. Una vez de pie, observó al otrora hombre de blanco, estaba muerto. Tenía el cuello partido, en el más amplio sentido de la palabra. A ella se le había pasado la mano. Le pegó con el pie tan fuerte, que la cabeza colgaba, separada, casi por completo del cuerpo. Se encogió de hombros, ahora sí, fuera de toda duda, la existencia de Odart se hallaba terminada. Corrió hacia las rejas, donde parte de los involucrados en el incidente, recién se levantaban. Con las obvias excepciones de Áneka y el capataz, cuyo cuerpo estaba dividido en varias partes. Las lágrimas que derramó se evaporaron con el calor del fuego que iba dejando tras de sí. Lo que más temía había sucedido, su pequeña, aquella vida que rescató de las olas, yacía inerte en medio de la carretera. Lidia fue la primera en llegar, seguida de Amadi. Segundos después, Inanna, quien había cubierto la distancia a una velocidad que ni el mejor velocista de tiempos futuros hubiese podido lograr.
—¡Lidia! ¿Cómo está Áneka?
—Viva, pero muy mal herida. Morirá si no hacemos algo.
—Se lo que sugieres y estoy de acuerdo. No hay otra alternativa. ¡Amadi! Busca en esa condenada carreta, debe haber instrumentos, necesitamos un transfusor o jeringas, mangueras de caucho y agua, si es que hay. Lo que sea. ¡Apresúrate!
El gigantón, al oír el mandato de su ama, procedió a la faena encomendada. Revisando cajas, cajones y estuches, en el vehículo de carga. Lo hizo de una forma un tanto desordenada.
—Mi señora, estamos perdiendo tiempo valioso. Mejor lo hacemos a la antigua, puede que Amadi no encuentre nada o tarde mucho en hacerlo.
—Dale tiempo a Amadi. Lo conseguirá. Odart, de seguro poseía uno o varios transfusores. Tú me hablaste de ellos, cuando estuve en el santuario. Es un tipo de herramienta muy útil, según lo que entendí. Lo poco que conocí al individuo, me dice que era muy amanerado para hacerlo a la antigua.
—No creo que un ser tan egoísta como él, hubiese intentado, alguna vez, una conversión en su larga vida. Es posible que no tenga nada. Y, en otro orden de ideas, me gusta que estés abierta al uso de otros métodos, pero debemos apresurarnos. No tenemos tiempo para perder. Por más invasivo que sea el método natural, si la conversión es exitosa se curará de cualquier herida.
—Lo sé. Odart, para recibir sangre, con la invención de esos aparatos, los usaría sin duda. Así no se ensuciaba. Es más que seguro que tenga uno. Si usamos uno de esos aparatos la transfusión será más limpia y eficiente.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampire20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...