El Beso

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Inanna y Mamá Leroy, estaban muy confundidas

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Inanna y Mamá Leroy, estaban muy confundidas. No pudieron sacar nada en claro de lo sucedido en la celebración. Salvó que Adelaide, al bailar, había entrado en una especie de trance, detectando a la presencia sucedida en el sembradío. Pudiera ser que ella hubiera abierto un canal, permitiendo que el intruso proyectara su energía o, quizá, ella respondió a un llamado. Es decir, el trance había sido provocado por la presencia, quien le había detectado a ella. Era difícil saberlo y los sondeos mentales realizados en Adelaide, no arrojaron sino imágenes abstractas, imprecisas y el sueño con la caverna. El cual podría ser solo una evocación de la anécdota de Áneka, la aventura de su niñez, relatada durante el almuerzo. En específico, esa cueva, no tenía un río, mucho menos era extensa, hasta donde se sabía. Quizá era otra cueva la evocada o una licencia onírica tomada por su inconsciente. Los cadáveres en el riachuelo rosado podrían significar cualquier cosa: un sacrificio de sangre, hecho para lograr la conexión; un evento pasado o algo que aún no ocurría; una imagen alegórica, ninguna de las anteriores. Quizás, era la presencia, utilizando a Adelaide cómo conducto para llegar al patio. Infiltrándose por vías subrepticias, que muy bien podrían interpretarse como subterráneas. No en vano, en el sueño, al salir de la cueva, la fuente de luz era el fuego de la hoguera. Las interpretaciones para una u otra cosa eran subjetivas. Mutilación, cuerpos sin vida. Un río rosado. Ojos vacíos.

También estaba el escabroso asunto de la voz. Llamándole: "cachorrita". Ella, respondió con una acción: correr hacia el cañaveral. ¿Por qué lo hizo? ¿Enfrentaba una amenaza? ¿Aceptaba una invitación? ¿Había reaccionado a un desafío? Porque esa expresión muy bien pudiera interpretarse como una burla. Muy pocas probabilidades había de que fuese un gesto de cariño. Quizá era una lisonja. ¡Rayos! Le chocaba a Inanna, tener que llamarlo "La presencia" quería colocarle nombre, apellido, un rostro concreto. Le perturbaba el hecho de su facilidad para ocultarse. Sí, existía la difusa imagen de dos ambiguos personajes, extraídos de su inconsciente. Una clave apenas conclusiva y conseguida con mucho esfuerzo. En definitiva, su capacidad de ocultación resultaba más inquietante que las desconocidas intenciones de esas personas.

—Se me antoja mandar a armar la culebrina —comentó Inanna a Mamá Leroy, en la intimidad de su consultorio —. Están todas sus partes, la cureña, las ruedas, las balas, el cañón. Eso creo. Sería cuestión de colocar todas las piezas en su lugar, conseguir pólvora y elaborar unas mechas

—¿Está segura? ¿Esa vieja cosa servirá de algo?

—No lo sé. Es una poderosa arma disponible, aunque su utilidad sea de difícil valoración.

—He allí la cosa.

—Le voy a pedir a Antoine, que la repare.

—Mi opinión es que eso es arriesgado. Nadie sabe cómo hacerla funcionar.

—Tienes razón, nadie de aquí, incluyéndome, tiene experiencia con cañones. Igual, mantendré mi decisión de armarla. Mi intuición me dice que debo hacerlo. Ya encontraremos la forma de aprender cómo usarla.

Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora