Lidia, en el hotel, esperaba a su ama con todo listo. Tuvo que levantar a Amadi, quien se había quedado dormido. Le dejó encargado de Nannar, unos minutos, mientras ella devolvía el caballo que había tomado prestado, dejando uno de los caballos extra, como compensación. La molestia inicial de los dueños, se disipó con ese pago. Convinieron no realizar una denuncia y todo, por ese lado, quedaba resuelto. Hubo un detalle que se le había escapado. El brujo tenía los anillos de boda de Adelaide y Jerome. Ella los recuperó, con tanta conmoción olvidó reportarlos. Lo hablaría con Inanna, quizá, en la carta que se le iba escribir a los De Laborde, se les podría enviar a Nueva Orleans. Dio un repaso a todo, una vez más. Satisfecha con la revisión, entregó las habitaciones y se dirigió al almacén, cargando a Kitty. La gata viajaría al Tíbet.
Inanna llegó al fin. Recibiendo la actualización de los hechos de parte de su doncella y amiga. Subieron el equipaje a la carreta y se dirigieron al otro lado del muelle, donde estaba su barco. Áneka yacía en una camilla, bien cubierta y protegida del sol. Era cerca de las dos de la tarde. Había mucho calor. Sin mayores problemas, arribaron a su destino. Por tercera vez en el día, le tocó dar instrucciones y despedir a Juanito. Éste, ya había aceptado su papel y su destino. Partió hacia Dondon, sabiendo que no vería más a su ama, tampoco a Mamá Leroy, pero si a su verdadera madre y sus hermanitas. En honor a la promesa hecha, cuidaría muy bien de ellas.
El capitán del barco, al ver que subían a la chica en camilla, de manera inevitable, preguntó por su salud. Si se trataba de una enfermedad contagiosa no podría permitir su abordo. Inanna, calmó sus sospechas, con un poco de lógica, otro poco de emanación de energía.
La supersticiosa mente del marinero dudó unos instantes en la conveniencia de aceptar el acuerdo, sin embargo, la sonrisa de la hermosa dama, terminó por vencerlo. Hizo revisar a la chica siniestrada, por el médico de la tripulación. Por meros formalismos. Éste, concluyó que la convalecencia era producto de las heridas y contusiones que presentaba. Curioso, preguntó. Inanna respondió todas las inquietudes del galeno, quien corroboró la inexistencia de una enfermedad infecciosa. No obstante, una de las observaciones del doctor, resultó ser una buena noticia.
—No es necesario el cabestrillo. Aquí no hay fractura. ¿Por qué entablillaron este brazo? Sólo tiene algunos moretones.
Aquello, era significativo en extremo. Su brazo se había curado. ¡La conversión había sido exitosa! El alivio hizo presencia en el heterogéneo grupo. Ocuparon los camarotes asignados y allí esperaron la próxima y segura reacción de Áneka. No había de quien despedirse, así que permanecer en cubierta, durante el zarpado del barco, no tenía mucho sentido. Inanna retiró la venda de la cabeza de su hija adoptiva. Acarició sus rojizos cabellos. Pensar que, cuando le rescató del naufragio, era una bebé pelona. No tenía una sola hebra de cabello, solo una rala pelusa sin color. De brazos rollizos y cortas piernas. Al paso que fue creciendo, se incendió la cabellera, como un volcán de erupción lenta. Inanna había ido a la isla buscando suministros y halló el amor, en diferentes formas, tamaños y colores. La primera fue Nassoumi, la niña esclava, la adolescente feliz, la mujer práctica. De suerte, que recién había dado a luz al joven Thomas, cuando rescató a la beba. Así, de esa manera, amamantó y acogió entre sus brazos a Áneka. Ambas hicieron de madre, delegando roles y funciones. Ya, para ese entonces, Alexandre había realizado el milagro de la conquista. Siendo el segundo amor hallado en la isla. Algo impensado. Esos tres amores no estaban planeados, solo ocurrieron. Supuso que así es el amor, llega en el momento menos pensado y de la forma más insospechada. Hubiera querido conservarlos a los tres con ella. Suspiró. Una vez más, debía ser fuerte. "¿Hasta cuándo?" Se preguntó. "¿Hasta cuándo podría ser fuerte?" Por más que no se notara, estaba cansada de tanta lucha. La vida siempre perdía la batalla y la muerte le ignoraba con amplia indiferencia. Ella le huía al hecho crear vínculos; solo sabía amar con intensidad extrema, con toda su alma. Aun sabiendo que, tarde o temprano, les tendría que decir adiós. Sin embargo, no importando cuanto se escondiera, los vínculos le hallaban. Hombres y mujeres, por igual, se acercaban a ella. Con diferentes intereses, esperanzas o deseos alojados en su corazón. Por norma general, lograba desvincularse de ellos, pero de cuando en cuando, de siglo en siglo, ocurría. Una razón más para su retiro. Si evitaba todo contacto humano, minimizaría ese riesgo a cero. Amar y apegarse era algo tan tentador como aterrador. Tarde o temprano, por muerte o razones de vida, la separación se hacía presente. Entonces las ausencias sumaban nostalgia. Y el dolor, como el susurro de un distante abejorro, permanecía zumbando en su mente y corazón.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampiro20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...