El tiempo parecía estar tan congelado como las nevadas cumbres del Monte Kailash. El sol, era un mero espejismo. El cielo era más blanco que azul, realzando el interminable claroscuro del Himalaya. Inanna, desde lo alto del templo, observó cómo sus fieles doncellas: Nisha y Mitsuki, subieron las escaleras. Animadas, a pesar del cansancio y del peso, regresaron de Katmandú de sus habituales excursiones a la ciudad. Además de los víveres y enseres, habían traído correspondencia. Áneka, se comunicaba nuevamente con ella, con su madre. ¿Hace cuánto que había partido? Cinco años, diez años. Difícil saberlo. Si bien, sus organizadas doncellas llevaban cómputo del tiempo, ella prefería abstraerse de tal quehacer. Una de las razones de su retiro había sido esa: separarse del mundo, descansar. Lo mismo aplicaba para la aguja pequeña, la grande y el segundero. Las vueltas que diera sobre sí misma la tierra o los giros alrededor del sol, no era algo que se hiciese evidente en sus pensamientos. El espejo le mostraba la misma mujer, siempre.
Y ese era el objetivo, dejar que la leyenda desvaneciera y la humanidad le olvidase. Vivir aislada de todo, fue algo a lo que Áneka no logró adaptarse. De manera comprensible. Era joven, con inquietudes distintas y con la tristeza de haber dejado el amor atrás. No era el mismo caso de ella, de Inanna, una mujer luchando contra una fatiga milenaria. Se trataba de una chiquilla, un cofrecito vacío de experiencias, queriendo ser llenado. De tanto verla menguar entre las nieves, le dejó ir. No fue una decisión fácil, se negó al principio. Áneka, no estaba lista para la vida pública. Solo accedió cuando consideró que estaba lo suficiente madura como Ishtari, o al menos en un nivel básico, que pudiese vivir entre la gente sin riesgos para ella o para otros. Y con la condición adicional, de, si sentía el desespero ocasionado por la separación con ella, con Inanna, regresara al templo. Siempre sería bien recibida. Le consolaba el hecho que no estaría sola. Llevó a Kitty con ella, otra criatura que no se adaptó al retiro. La gata, no se sentía a gusto en el templo. El clima resultó ser demasiado extremo para la minina, criada y nacida en una selva tropical. Además, hicieron los arreglos para que, Áneka se encontrase con Freda, una muchacha muy capaz y que, en cierta forma, era tan semejante a ella como diferente. Ambas eran de origen escandinavo, con rasgos parecidos. En estatura diferían poco, Freda apenas más pequeña y algo más corpulenta que Áneka. Una rubia, otra pelirroja. Sí, podrían pasar como hermanas o primas. Ambas eran confiables, buenas para la logística y los números. Manejaban tres idiomas. Freda: inglés, francés y ruso. Áneka: creole, francés y ruso. De manera irónica, no hablaban el idioma de su lugar de origen, es decir: noruego o danés. Una era analítica, prudente, paciente y para nada impulsiva. No hace falta describir la impetuosidad de la chica de fuego en la cabeza. Así, eran las perfectas compañeras, equilibrando una a la otra.
Entre otras buenas noticias, recibió otra de sus doncellas: luego de muchos intentos, al fin habían conseguido café, lo cual era excelente. El té, aunque era una buena bebida, ya le tenía aburrida. Nada sustituía el amargo sabor de la dulzura. Contenta, Nisha le mostró el premio a la perseverancia: un saco de 45 kilos de felicidad en granos.
Su amigo, fiel acólito, Amadi, puso manos a la obra de inmediato. Mientras él tostaba, Otgonbayar molía con un enorme mortero. El aroma, impregnó cada rincón del templo. Era mágico en sí mismo. Lidia se encargó de preparar dicha infusión. Dejando encargada, en la organización de los estantes a la eficiente Mitsuki. Como, por suerte, la única que gustaba del café era Inanna, mejor. Más para ella. Ese saco debería rendir por mucho tiempo.
—¿Qué dice la carta? —preguntó la rusa, al entregarle la humeante taza.
Arrellanada, en la plazoleta del templo, Inanna, le pidió sentarse a su lado.
—Muchas cosas, buenas, a mi modo de ver. Con noticias tristes pero normales. El paso del tiempo, así yo no lo perciba en estas montañas, no deja de transcurrir fuera de ellas.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampire20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...