Petite Riviere du Massacre

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Pierre sorprendió a propios y extraños

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Pierre sorprendió a propios y extraños. Pagó sus deudas y cuando lo hizo usaba ropa nueva. Estaba renovado, limpio, perfumado. Se comportó dadivoso, brindó a sus antiguos compinches de juerga, inclusive a sus deudores. No es que alguno le prodigara afecto, ni tampoco que él sintiera amor por ellos, solo quería ser ostentoso. Jactarse de su buena fortuna. Sin embargo, ahora tenía trabajo, no podía seguir perdiendo el tiempo con borrachines de poca monta. De un día para otro, dejó de frecuentar esos tugurios de mala muerte. No le vieron más. La repentina ausencia y su misteriosa opulencia, le adquirió una nueva fama en los bares de Cabo Francés. Surgió el rumor: había vendido el alma al diablo. Única explicación "lógica" al súbito cambio de su suerte. La última vez que le habían visto, estaba en compañía de dos personajes muy sospechosos, de apariencia sobrenatural. Seres que emanaban un tufo a inequívoca maldad. Uno, parecía un hombre blanco, elegante, opulento. Siempre trajeado de manera inmaculada. Seguro era el Diablo en persona. El otro: un negro, de siniestra mirada y paso desvaído. Vestido de casaca Gris, pantalón marrón y sombrero de copa. La viva imagen del Barón Samedi. La felicidad le había durado poco, decían. Lo habían llevado al infierno en un carruaje blanco, tirado por caballos blancos. Pobre Pierre. Su alma valía tan poca cosa, solo le había alcanzado para comprar unos días de fausto y derroche. Cosa que no le importó mucho a quienes veían recuperado un dinero que consideraban perdido. Gracias a Dios, la venta de su podrida alma había alcanzado para pagar las deudas de bebidas y apuestas que tenía con ellos. Su sufrimiento en el infierno no les incumbía, las monedas en los bolsillos sí. Así, la vida en Cabo Francés, luego de algunos días, donde fue centro de los cotilleos, continuó sin la presencia de Pierre Nodu Jean. Y todos estaban mejor de esta manera.

Aunque pudiera decirse que estaban en lo cierto. El alma de Pierre no estaba condenada, no todavía. Se encaminaba por ese sendero, eso sí. Había vendido su conciencia a cambio de dinero. Seducido por promesas de poder e impunidad y ya no había vuelta atrás.

En la mencionada carreta blanca, que todos presumían maldita, viajó con su nuevo amo, hasta Puerto Dauphin. La estadía allí fue corta. Realizaron unas actividades en torno al barco, propiedad de Saboulin, Conde de Saint Germain: un bergantín blanco, su color favorito. El cual, una empresa del astillero, efectuaba reparaciones y adaptaciones especiales. Algunas de las peticiones resultaban extrañas para el personal del puerto. Había encargado dos jaulas de acero, en un compartimiento adecuado para ser usado como laboratorio químico y otra sección exclusiva para un altar. Pierre, quien había sido marinero alguna vez, sintió deseo de navegar en tan bello navío. Tal cosa no fue posible.

—Luego damos un paseo por el mar de las antillas, mi querido señor Nodu Jean. Primero los negocios, luego el placer. No se preocupe. Cuando regresemos, estará allí. Tan hermoso como siempre. Listo para zarpar. Una vez nos hagamos a la mar, le dejaré tomar el timón un rato. Será divertido.

—Ya lo creo —comentó Pierre —¿Por qué se llama Hécate? ¿Qué significa?

—Es el nombre de una antigua diosa. Diosa de la magia, de la noche, de la luna y la muerte.

Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora