Café y Mabí

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Todos entraron al comedor principal

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Todos entraron al comedor principal. La mesa estaba servida de forma regia, repleta de platos, manjares y bebidas. Sara y Julia se movían de manera incesante, dirigidas por Mamá Leroy. Presidiendo la mesa se hallaba Madame Legrand, a su derecha Áneka, seguida por Adelaide. A su izquierda, el asiento contiguo a ella permanecía vacío. En el mismo lado, un poco más al centro se encontraba Lidia. Solo mujeres había en la mesa y la silla vacía estaba reservada para otra mujer.

—¡Mamá Leroy! ¿Adónde vas?

—Pues a la cocina Madame. Faltan detalles por atender.

—¿No vas a comer? —le dijo, realizando un ademán invitándola a sentarse a su lado.

—Comeré en la cocina, como siempre lo he hecho. Una vez que culmine las labores.

—¡Hoy no! —declaró con autoridad —deseo que te sientes con nosotros a compartir el almuerzo, la ocasión, la celebración y la alegría. Es un gran día para Áneka y tú eres su madre, tanto como yo, quizá más. Tú, le diste pecho.

—Y usted le dio el apellido.

—El apellido importa. Claro que sí. Sin embargo, un nombre no sustituye a la leche materna, el vínculo creado entre el bebé y la mujer que brinda amor, protección y aliento a través de sus pezones. No sabes cuánto hubiera dado por tener el gusto, el placer, de ofrendar calostro a mi pequeña cabeza de remolacha. Ese fue tu honor, tu destino y mi decisión. ¡Y mi decisión es ley! ¡Ven! Siéntate aquí, a mi izquierda, frente a ella. Estarán ambas a mi lado, ustedes son mi círculo de amor, engrandecido por la presencia de mi sobrina, recién llegada de Francia. No te pido que cumplas un capricho: ¡Te lo ordeno!

—No es desobediencia missis. ¿Quién atenderá la mesa y guiará a las chicas? Están muy nuevas aún. No podrán con el trabajo ellas solas, no sin Mamá Leroy.

—No te preocupes por eso, Lidia se encargará de todo.

Dicho esto, la rusa se levantó. Preguntó lo que faltaba por hacer. Mamá Leroy, a pesar de estar un poco abrumada por la situación, explicó todo de una forma muy sencilla. Así funcionaba su mente. Práctica, siempre a un paso adelante, aun para la inusual petición que había recibido, ya sabía qué hacer. Lidia se retiró sin anotar o preguntar nada más, coordinó las labores de Sara y Julia. Efectuando el servicio de mesa tal como lo hubiera hecho Mamá Leroy. Una vez dejado todo en orden, se ubicó en el puesto que le correspondía.

—¡Madre santa! —exclamó Mamá Leroy, al ser testigo de la eficiencia rusa —Menos mal que Madame me tiene mucho cariño y por eso me deja en la cocina, la niña Lidia, es un prodigio. Puede sustituirme en las labores de la casa. No le caería mal un poco de Sol y una sonrisa, en lo demás es increíble.

—Por algo es mi doncella —respondió Madame Legrand.

Adelaide, quién observó todo aquello con asombro, le dio la razón a Mamá Leroy. Casi sin querer y sin esfuerzo, Lidia, hizo todo en un santiamén. Con modales exquisitos, se movió con parsimonia y descuido aparente, cuando realizó las labores. No se despeinó, no pareció moverse mucho, no dictó órdenes. Lo había hecho todo con la vista. Miraba a una de las chicas y esta realizaba una labor determinada, veía a la otra y la acción que realizaba era la requerida. Ella misma, ayudó un poco, casi ni se notó. Aparte de todo lo antes mostrado, ya sentada, Adelaide, notó que era una mujer muy hermosa, con rasgos rectos, como si hubiese sido esculpido su rostro con una escuadra; su piel era pálida, marmórea. No usaba maquillaje, excepto en los labios. Utilizaba un color rojo sangre, lo cual hacía resaltar su boca sobre los demás rasgos. Exótica, enigmática y silenciosa. Su mirada no decía nada, Adelaide sentía que la atravesaba con la vista, la cual convergía en algún punto detrás de ella, como si no existiera o fuese transparente. La chica rusa tomaba la copa con dos dedos, algo que ella no había visto nunca, ni siquiera en las cortes feudales.

Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora