Tambou Dife

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Tambor de Fuego

Era ya bien entrada la tarde

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Era ya bien entrada la tarde. Antoine había terminado de asearse. Se acercó a la cocina de Mamá Leroy, estaba urgido de una taza de café bien fuerte, cómo la que le había dado el día anterior. A pesar de creer estar acostumbrado a trabajar duro, se encontraba cansado, exhausto. Si no tomaba café, iba a caer en cualquier momento y allí, donde cayera, tendrían que levantarlo con una carretilla o cavar su tumba. Caminaba encorvado, como se atreviera enderezar la espalda, el dolor se activaba como un rayo, recorriendo toda su fisonomía. Su rostro no mostraba sufrimiento, al menos eso él pensaba, su cuerpo, en cambio, lloraba sin control. Dar un paso, un solo paso, era un suplicio. Todas sus fuerzas debía concentrarlas en las piernas, parecían de piedra, pesadas y rígidas. Si no se echó a caminar a gatas fue por vergüenza y pundonor. Observaba a los esclavos, en incesante actividad, habían dejado de trabajar en el cañaveral para ocuparse de sus huertos. ¿De dónde sacaban energía? No todos eran esclavos, por supuesto, eso, él no lo sabía. Recordó a Áneka decir: "poco a poco te acostumbrarás al trabajo en la isla, es normal el cansancio de la primera jornada". Se sentía como las cañas que habían atendido en la mañana: tumbado y quebrado.

La puerta de la cocina siempre estaba abierta, sin embargo, por cortesía tocó, antes de entrar.

—¡Señorito Antoine! ¡Qué sorpresa! Te iba a mandar a buscar y llegas por tu propio pie. Madame Legrand quiere conversar contigo, pequeñín —comentó, jubilosa Mamá Leroy —¡Qué bueno! Siéntate. Te traeré café. Supongo que a eso viniste.

El chico asintió. Le causó gracia que dijera que vino por su propio pie, apenas si pudo. Obvió el asunto de la aparente clarividencia, en esa finca, todos parecían tener algo de ella. Debía acostumbrarse. Agradeció la taza y la tomó con mucho gusto. Sintió que el vigor le volvía al cuerpo.

—¡Ya no arrugas la cara! Eso es bueno. También viniste aseadito y bonito. Cómo si hubieses adivinado que la señora requería tu presencia. Te voy a anunciar con Madame Legrand. Tómate el café y ve a la sala principal. Espera allí su llamado, ella quiere hablar contigo, conocerte, darte instrucciones, que sepas cuál es tu lugar en la finca.

—Yo pensaba que mi sitio en la finca estaba claro. Sirviente, trabajador, jornalero.

—¡Oh no! Mi pequeño Massa, tu parte aquí tiene mayor alcance y quizá mejor de lo que esperas. Pero no es Mamá Leroy quien deba darte esas noticias. Obedece, ve a la sala y espera.

Antoine fue a ello. Estaba algo nervioso, iba a conocer a su patrona. Le había visto a lo lejos, en el campo. Cuando pasó en un carruaje negro, acompañada de varias personas. No pudo distinguir detalles desde la distancia. Las labores se llevaron su atención, aunque ya había culminado la parte más ardua, en ese momento aún quedaba por coordinar algunas cosas, recoger las herramientas, dejar todo limpio, etc. Sin embargo, el trabajo había resultado bien y eso le tenía contento, pese al cansancio.

Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora