Había lloviznado en la noche en los alrededores de la finca. Una pequeña cortina de agua, nada que pudiese encharcar los caminos. El ambiente estaba fresco, el rocío aún humedecía el pasto, las flores, los árboles y cañas. Una densa niebla bajaba desde las montañas. Inanna dio una última mirada a la Mansión Legrand. No esperaba volver, estaba segura de no ver de nuevo su fachada. Quiso atrapar en su memoria cada teja del techo, los ladrillos de barro, el liso mortero que cubría las paredes. Su hermosa casona, blanca, pintada de yeso y canela. Extrañaría trabajar en el despacho, junto a Alexandre, el último amor de su larga vida. En la licorera estaban envasados muchos recuerdos. “Los secretos que podrían contar las copas de vino”. Pensó, con una sonrisa en los labios. Beber café en el porche, sentada con Nassoumi, alias Mamá Leroy, su hija, amiga y confidente; otra memoria para atesorar.
Subió por la recta y amplia escalera, caminó los pasillos, hasta llegar a uno de los balcones. Se quitó los guantes, recorrió con la mano desnuda el hierro de los rojos barrotes y la madera. Caoba, pino y roble. Sintió la textura, el calor, la vida que hubo en ellos alguna vez. El piso crujía con gusto bajo su paso. El rechinido era música para sus oídos. Prescindió de las zapatillas. Así el contacto y la conexión sería más pura. Descalza, danzó, caminó, comunicó despedida, obteniendo amor de hogar. Paró en la esquina del balcón. Desde allí dominaba la entrada a la finca. A su derecha: un extenso cañaveral. El río surgía detrás de la mansión. Como borde natural entre la montaña y el campo. Discurría luego, en una amplia curva, escapando, junto con su caudal en dirección norte. A su izquierda, los cultivos de añil y los huertos de los trabajadores. Al fondo se veía las laderas del cerro Bonnet a L’Eveque y el camino que conducía a Dondon. En medio de aquellas dos imágenes, izquierda y derecha, estaba un destino: el portón. Cruzaría por allí, para nunca volver.
Poco a poco la finca fue despertando. Primero el gallo, luego Mamá Leroy, seguida por Antoine. Pronto, la casa, los campos, el sendero y las caballerizas bullían de actividad. Todos trabajaban con tesón, aun sabiendo que cada caja movida, cada acción realizada los acercaba a la despedida. La temida despedida. Era inevitable, había caras largas.
Madame Legrand percibiendo el pesar que reinaba en sus corazones le hizo un guiño a mamá Leroy, comunicándole en silencio, una idea. Su voz sería la luz, mientras ella, Inanna, sería la bujía, la fuente de un amor.
Entonces la mujer, cocinera, ama de casa, la madre espiritual de todos, aclaró la garganta. Mientras su ama, madre adoptiva, amiga, se colocó detrás de ella, posando con suavidad las manos en sus hombros. Juntas, improvisaron un canto. Una dictaba con el corazón, la otra interpretaba los latidos con notas, letras y melodías.Toda letra hermosa es dorada,
Felicidad y bondad amoldadas
En sus fases más íntimas y honestas.
La verdadera humildad exalta,
La mentira es una falta,
Sombra ilusa y momentánea.A esta incumbe halagos falsos,
A su misma hipocresía, adecuados,
Contradiciendo la naturaleza.
Mentiras para el que otorga mentiras,
Amor para quien lo prodiga,
Sin engaños ni reservas.El reto más grande es amar,
Hacer a un lado la tonalidad,
El color de nuestro rebaño.
Mirar lo mejor del mundo,
Sintiendo un amor profundo
Y comenzar el día temprano.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampire20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...