Con el asunto de tantas personas, necesitando asearse, vestirse y arreglarse, Inanna, en la figura de Adrienne Legrand, resolvió alquilar más cuartos. Pagó servicios y personal extra. Era necesario para poder estar listos a tiempo. Una vez, asistidos, todos. Se permitió ser atendida en su higiene y cuidados por Lidia, quien ya se había ocupado del aseo y cuidado de Áneka.
Mamá Leroy se excusó de tal tarea. Estaba muy ocupada, andando de aquí para allá y de allá para acá. Además, Inanna sabía de la repulsión que sentía por Nannar. Estando él, en su habitación, Nassoumi no entraría. No le obligaría a hacerlo. Ella, nunca se acostumbró a la presencia de su amigo, aunque tampoco ocurría que le hubiera visto muchas veces y quisiera verlo más. Un par de veces, a lo mucho. Inanna entendía, en parte, la aversión de la matrona. Por más que la pobre criatura estuviera inactiva, convaleciente y fuese inofensiva en su más pura esencia, no dejaba de ser de formas extrañas para el ojo humano.
Culminado los pendientes, se acercó a él. Quien ya no estaba en la incómoda cesta tejida, si no sentado en una mecedora. Le peinó, los únicos tres pelitos que tenía en su gelatinosa cabeza.
—¡Hola galán! —le saludó.
Él no respondió, solo disfrutó de la caricia. Inclinando un poco, su voluminosa cabeza. Ella sintió su piel, estaba algo áspera, seca, signo inequívoco que su sistema no estaba funcionando bien. Antes, cuando aún se hallaba fuerte, su piel era suave, esponjosa y lustrosa. Presentaba características únicas. Se podía moldear, como si fuese arcilla húmeda. Lo cual resultaba muy útil a la hora de camuflar su origen. Con maquillaje, peluca y otros accesorios, podía pasar por un ser humano con cierta facilidad. Evitando, al máximo, interactuar con personas, pues sus atrofiadas cuerdas vocales, apenas si alcanzaban para emitir algunos sonidos. Podía hablar, hasta cierto punto, pasar desapercibido si lo hacía: no. En vez de ello, proyectaba sus pensamientos y movía la boca. Así, su interlocutor, por regla general, creía oírle hablar. No siempre funcionaba el truco. Todo dependía de las circunstancias, la atención prestada por la persona. Si era alguien detallista y desconfiado, pronto se percataba que "algo raro" ocurría. Además, proyectaba imágenes directo al cerebro, en casos defensivos era algo muy útil, para despistar o asustar al posible curioso o agresor. A veces lo hacía por diversión, pues poseía cierta dosis de humor negro. Esos eran sus mecanismos de protección, las personas veían a un hombre bajito, algo extravagante, de sombrero y capa. Extraño, peculiar. Sin embargo, ya no poseía suficiente fuerza para hacerlo. Sin sus facultades mentales e hipnóticas operativas, cualquiera podía verlo, tal cual como era.
Ella sentada a su lado, amasó la cara, hasta elaborar el rostro de un viejito amargado. Sonrió. No duró mucho su obra, poco a poco la piel adquirió el semblante original. Fue un fenómeno gracioso, como si alguien desinflara un globo, con suma lentitud. Él, ante la travesura, esbozó una pequeña sonrisa. Se había visto a través de los ojos de Inanna, estaba de acuerdo con ella: fue divertido.
—Mi querido amigo, compañero. Disculpa todas las incomodidades y peligros. Hoy, nos vamos de esta isla. Lamento que, la razón por la cual vinimos hasta aquí, no resultó como esperábamos. Tu salud, aunque al principio pareció mejorar, continuó su deterioro.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampire20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...