Inanna, antorcha en mano, entró al claro del bosque. Tal como lo había visto en la mente de Adelaide, la forma del mismo era ovoide. Con una longitud aproximada de sesenta metros de profundidad por unos cuarenta de ancho. La cantidad de chozas: doce. El tamaño de la barda: un metro de altura promedio. Vio los tres postes, colocados de forma oblicua, en dirección sur oeste. La hoguera: en el centro, un poco desplazada hacia el este, estaba apagada. Una sola entrada y salida, en la punta sur. Caminó, con tranquilidad, no tenía nada que temer. Encendió la hoguera. Revisó los alrededores. Todo estaba recogido y limpio. No había herramientas o basura desperdigadas. Comparando el lugar con la casa principal, todo lucía cuidado, si bien nada ostentoso. Lo poco que vio de la mansión, era lo contrario, sucia, descuidada, con un aspecto añejo.
Un ataúd, bastante tosco, una caja de madera, más que otra cosa, se hallaba recostado de una de las chozas. A su lado: dos barriles, conteniendo aceite y unas antorchas apagadas. Todo indicaba que consideraron quemar el lugar, por alguna razón no lo hicieron y eso le favorecía. Ella tenía intenciones de prender fuego al recinto.
Lucio, alias Odart, alias Conde de Saint Germain, permanecía escondido. No obstante, sin la protección del brujo, sus pensamientos se transparentaban. Podía leerlos, casi como si estuviesen escritos en el aire. Estaba en una de las chozas, no pudo distinguir cual. Él trataba de confundirla, formulando pensamientos aleatorios en su cerebro. Ella percibía en él, rabia, miedo, entusiasmo, confianza, desaliento, malevolencia y otras cosas más, incomprensibles. Quizá, no era tanto un bulo, él sentía, de verdadera manera, todas esas contradictorias emociones. Se debatía entre huir, enfrentarla o inmolarse. No consideró, ni por un segundo, pedir perdón. A ella, Le pareció curioso eso. El arrepentimiento era sincero, pero solo en la forma que se refería a los errores cometidos en su plan, no al mal, ni las víctimas, ni los destrozos que había ocasionado. Todo un personaje, el tal Lucio.
Inanna tenía una sola cosa en mente: matarlo, de una manera u otra. La falta de conciencia de ese ser y su malignidad sin sentido, reafirmaba esa decisión. No pensaba perder tiempo en largos discursos. El momento de la curiosidad, de hablar, de saber, ya había pasado. Se acercó a las barracas, les prendió fuego. Eso, de jugar al gato y al ratón, no le interesaba de momento. Una a una, poco a poco, fueron atacadas por las llamas. El espacio ovalado se iluminó aún más y Odart, no tuvo más remedio que salir de su escondite. Estaba sucio, con la ropa quemada, manchada. Ya no era el hombre de blanco, poderoso, que dictaba órdenes. Su aspecto era de un vagabundo cualquiera. Él, ya no intentaba engañarle con pensamientos imprecisos. Avergonzado consigo mismo, admitió estar perdido, no saber qué hacer. No estaba preparado para su llegada, creyó poder salir antes. Se recriminó, debió tomar en cuenta esa posibilidad. La presencia de Inanna, allí, echaba por tierra el plan de huida.
Ella arrojó la antorcha contra uno de los barriles. El cual estalló. Esparciendo parte del contenido a su alrededor. Él saltó, asustado, esquivando las chispas. La cobardía era algo que molestaba a Odart. Odiaba sentir miedo, así que lo transformaba en rabia, en odio, coraje y una mala imitación de valentía.
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Adrienne Legrand, Obsesión de Sangre y Poder
Vampire20 de enero de 1778, Cabo Francés, Saint Domingue. Un visitante, recién llegado al puerto, se suma al acontecimiento social más comentado de la colonia: la inminente ejecución de un esclavo sedicioso. Curioso y guiado por la intuición, inquiere sobr...