Prófugo

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Narra Marcus:

Estamos en la playa en nuestro último día y no tengo ganas de nadar pero hago el esfuerzo por mi hija ya que se lo prometí. Mis pies están enterrados bajo la cálida arena suave y miro hacia el horizonte, pensando en... ¿cómo fui tan ciego al no darme cuenta? Yo aún no puedo creer lo que estoy viviendo ahora mismo y lo peor que me estoy sintiendo al tener la mala suerte de tener unos padres como los míos.

Antes de ayer leí el correo electrónico de la información que estaba conjunta con unas pruebas que me había mandado Alex y él tenía razón, no debí abrirlo no hasta llegar a casa y pasar los días con mi pequeña. Mi ánimo está hecho trizas, con deseos de encerrarme a romper cosas y llorar pero estoy atado porque no puedo ser egoísta, ya no, ahora tengo a quien le preocupo sumándole que le afecta más que a mi lo que pueda o no hacer. Agobiado por lo que no sale de mi cabeza, me estrujo la cara y peino mi cabello rizado hacia atrás con rabia e impotencia por no haber sospechado nunca sobre eso...

—Papá —su vocecita me saca de mis pensamientos —te noto enojado —sus ojos solo gritan curiosidad y angustia, a esto es lo que me refiero.

—Estoy bien cariño, es sólo que...—no encuentro las palabras para expresarme, mi mente está bloqueada en emociones —estoy un poquito estresado por el trabajo —miento — pero no tienes de qué preocuparte, estoy bien —no está bien mentirle pero no quiero dañar su último día con algo tan horrendo.

—Si quieres puedo ayudarte —le sonrío por su respuesta tan inocente y solidaria.

—Gracias amor —la abrazo intentando no pensar más en lo que me atormenta y me concentro solamente en pensar en su bienestar, después de todo soy su mundo.

Disfrutamos de la puesta el sol comiendo paletas de chocolate y con los pies en la orilla llegando a ellos el agua que era impulsada por las pequeñas olas. Subimos al hotel para empacar porque ya nos vamos, conduciré por la autopista 64 para llegar más rápido a casa. Luego de acomodar todo, cenar y una hora y media de camino, finalmente regresamos a nuestro hogar, luego de tres días. Miro por el retrovisor dándome cuenta que Ámbar se quedó dormida. Descargué las maletas primero entrándolas y ahora cargo cuidadosamente a mi princesita para subir las escaleras. Con suma delicadeza la acuesto en su cama y la cubro con su manta dándole el beso de buenas noches, sonriendo como loco al descubrir que ella es mi calma entre la tempestad.

—Voy hacer lo que tenga que hacer para alejarte de ese psicópata... —digo a la vez que suavizo su cabello ondulado.

Ya en la mañana desciendo al primer piso para tomar mi taza de café negro y un buen plato antes de ir a la empresa porque que no solía desayunar tan cargado pero ahora sí necesito hacerlo ya que no puedo darme el lujo de enfermarme. Entro al área de la cocina acomodándome la corbata y saludo a nana.

—Buenos días Martha —le doy un beso en la cien y me siento al frente de la isla de la cocina.

—Buenos días Marcus, ¿Qué tal los ánimos? —ni que lo mencione, por favor, casi no pude dormir.

—Horrible pero henos aquí —escupo mi sarcasmo y me observa mientras saca del sartén mis huevos revueltos para ponerlo en mi plato.

—¿Por qué razón? ¿No te fue bien en la salida con la niña? —niego con la cabeza sonriéndole.

—No se trata de eso, me fue excelente con ella —su cara torna a confusión —es sólo... cosas pendientes que resolver —decido no contarle para no asustarla.

—Entiendo... Otra vez lo del trabajo, ¿no? —yo asiento mintiéndole y le doy un sorbo a mi café desviando la mirada —Y...¿Ámbar no te ha dicho algo o se ha mostrado rara últimamente? —cuestiona de repente golpeando mi mente.

Paso a paso al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora