12.

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Volví a casa. Primero que nada, guardé la evidencia en el garaje, en el hueco de la pared. Con

los guantes de goma puestos. El revólver no entraba y lo terminé escondiendo en el baúl de mi

auto, debajo de la rueda de auxilio. No me quedaba mucho más por hacer. Ordenar un poco la

casa, lavar las tazas del desayuno.

Antes de empezar me saqué el trajecito y me puse cómoda. A las tres de la tarde estaba todo

listo. Me dije, "ahora a descansar, me siento en el sillón del living, me tomo un cafecito, y me

relajo un poco". Y eso hice. Pero a las tres y cuarto me estaba comiendo los codos. Era

imposible esperar relajada a que llegara Ernesto y me contara todo. Me puse a limpiar. En

realidad la casa estaba limpia, pero me puse a hacer esas cosas que uno no hace todos los días.

Le pasé la franela a los muebles, le saqué brillo a los metales, enceré. Hasta hice un

bizcochuelo. Tenía una receta de una tarta de alcauciles, pero me decidí por el bizcochuelo. A

las cinco de la tarde estaba agotada. Y nerviosa. Ernesto nunca llegaba antes de las nueve; si

seguía con ese ritmo otras cuatro horas iba a terminar de cama. Y si había alguien que tenía

que estar en estado, despierta y alerta, ésa era yo.

 Tomé el toro por las astas y me fui para la oficina de Ernesto. Cuando estaba por entrar en el

edificio vi salir a la morocha que me crucé esta mañana en el departamento de Tuya. Me tentó

seguirla. Pero no lo hice. Me anuncié con la recepcionista. Estaba anotando algo y no me

había visto. Antes de pasar, hice con ella algunas averiguaciones. "Esa chica morocha, alta,

que acaba de salir, me parece que la conozco de alguna parte, ¿trabaja en la empresa?" "No,

es Charo, la sobrina de Alicia Soria." "Ah, finalmente llegó Alicia..." "No, y es raro, ni vino ni

llamó." "¿Y su sobrina está preocupada?" "Supongo, a mí ni me saludó, fue directo al

ascensor y subió." "Bueno, su tía es una señora grande, debe saber cuidarse", dije y yo

también me metí en el ascensor.

Bajé en el piso de Ernesto. La puerta de su oficina estaba abierta y desde el pasillo podía

verlo. La vista perdida, el escritorio limpio de papeles, el gesto preocupado. Su única

ocupación era destruir un clip, desarmando su recorrido de caracol elíptico, y romperlo en

pedacitos. Entré decidida. "Hola, Ernesto, ¿te dijeron que estuve esta mañana? Me había

olvidado de avisar que llegabas al mediodía, y como tuve que venir a hacer algo al centro...",

dije y me senté frente a él. No sé si oyó que había estado esa mañana, si ya lo sabía, o qué,

pero de hecho no le importó, porque no hizo ningún comentario. En cambio, para mi sorpresa,

dijo: "Qué casualidad, estaba pensando en vos". Miré el clip destrozado sobre el escritorio.

"¿Y qué pensabas?" "En la charla que tenemos pendiente." "Para eso vine. Tenía la tarde

Tuya-Alicia PiñeiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora