4.

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—Hola...

—...

—¡Hola!

—¿Está Iván?

—¿Quién le habla?—Una amiga.

—Las amigas de mi hijo tienen nombre.

—Laura...

—Laura... o Lali...

—Sí...

—Iván está pero no te puede atender. Está durmiendo.

—Ah, bueno...

—¡Espera, no cortes! Iván me contó todo. ¿Sabías?

—No.

—Yo, realmente, estoy muy apenada por vos, por lo que estás pasando.

—...

—Soy mujer y te entiendo, ¿viste?

—...

—Pero justamente como mujer que soy te voy a decir algo, vos no lo tenés que llamar más a Iván. Este problema es exclusivamente tuyo...

—...

—Y mira que, como le digo a Ivi, yo no pongo en duda tu buena fe, ni dudo de que esto haya sido un accidente, ¿viste?

—...

—Porque otro podría dudar.

—...

—Pero, bueno, te vas a tener que hacer cargo de tu error.

—...

—Porque el error fue tuyo, ¿estamos de acuerdo, no?

—Mi hijo no sabía que podía pasar esto. Si vos no le avisas, ¿cómo iba a saber?

—Yo...

—Una mujer siempre tiene que avisar.

—Nosotras dos sabemos que lo que hiciste vos no fue leal, ¿o no?

—Pero yo...

—No sé qué dirán tus padres de todo este asunto, no los conozco. Ni los quiero conocer, no me malinterpretes. Pero yo, como madre de Iván, tengo muy claro cómo fueron las cosas, y quiero que a mi hijo lo dejes tranquilo, ¿me entendés, querida?

—...

—Y si tus padres tienen algo que decir, que me llamen directamente a mí o a mi marido. Porque si vos o alguien de tu familia siguen molestando a mi hijo, voy a tener que hacer la denuncia.

—...

—¿Estás ahí?

—Sí, pero tengo que cortar.

—Es una suerte que hayas llamado así pudimos aclarar estas cosas, ¿no?

—Tengo que cortar.

—Que estés bien y no vuelvas a llamar.

—...

—Chau, querida.

—...

Tuya-Alicia PiñeiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora