Todo estaba bastante bien. El cuerpo de Tuya todavía no aparecía, y eso cambiaba todo. Sin
cadáver, no había muerto. Ni asesinato, ni asesino. Ni siquiera accidente. Sólo dudas y
absurdas conjeturas alrededor de la desaparición de Alicia, que Ernesto y yo repetíamos
delante de terceros como si fuéramos vírgenes en todo este asunto. Actuábamos casi las
veinticuatro horas del día. No nos podíamos permitir una equivocación frente a otros. Yo me
había metido tanto en mi papel, que hasta en soledad pasaba letra. Un día, mientras me
duchaba, me encontré pensando preocupada: "Vaya a saber qué le habrá pasado a la pobre
Alicia". Y ahí me di cuenta de que estaba haciendo las cosas bien. Porque si había alguien que
sabía lo que le había pasado a Tuya, ésa era yo. Es que fueron muchos meses fingiendo,
actuando ante los demás, contestando preguntas. La cabeza se te parte. Te metes en la piel del
personaje y te lo crees. Como cuando aprendía inglés y Mrs. Curtís me decía "think in
English", o sea, "no piense en castellano y traduzca, piense en inglés". Cuando alguien me
preguntaba sobre la desaparición de Alicia, no pensaba qué tenía que responder. Yo
simplemente era la mujer de Ernesto, cuya secretaria había desaparecido y de la que no
teníamos noticias.
La policía no tenía nada concreto. A casi medio año del accidente, y ellos sin sospechosos, sin
una pista, sin un indicio. Nada. A Ernesto hacía tiempo que habían dejado de hacerle
preguntas. Los únicos que parecían no olvidarse del asunto eran los padres de Alicia, que cada
tanto aparecían en algún programa de televisión, con el evidente objetivo de que su hija no
cayera en el olvido.
La cosa podría haber seguido así eternamente, pero un día vino Ernesto y me dijo: "Inés, me
parece que tenemos que volver a vivir como si el accidente nunca hubiera existido". Yo no
sabía a qué se refería, pero estuve de acuerdo. Sentí que me planteaba un volver a empezar.
Otra vez una familia normal, con sus problemas, como todas, pero normal. La idea me
encantó. Hasta se me llenaron los ojos de lágrimas. Con el tiempo entendí cómo esa frase
marcó un giro de ciento ochenta grados en nuestra historia. Si se lo hubiera contado a mamá,
seguro que ella se habría dado cuenta. Lo habría agarrado al vuelo. Mamá siempre fue una
intuitiva para estas cosas. Un poco pesimista para mi gusto, pero intuitiva. Yo era muy tierna,
siempre bien pensada, siempre confiando en el otro. A mí no me habían pasado las desgracias
que le pasaron a mi mamá. El dolor te va curtiendo, te va dando calle, te enseña. Ahora es otra
cosa. Pero en aquel entonces, cuando vino Ernesto y me dijo que quería que todo volviera a
ser como antes, yo me puse muy contenta. Siempre fui de tirar para adelante. Una no se puede
pasar toda la vida golpeándose el pecho y recitando "por mi culpa, por mi culpa, por mi
grandísima culpa". Está bien, nos había pasado algo muy fuerte, algo que no le deseo a nadie.
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Tuya-Alicia Piñeiro
Teen FictionViolencia y engaño. Un retrato implacable de la vida familiar de la clase media. Un corazón dibujado con rouge, cruzado por un «te quiero» y firmado «Tuya» le revela a Inés que su marido la engaña. Tras una llamada a deshoras, decide seguirlo y, sin...